sábado, 21 de septiembre de 2024

Algunos poemas de TRANSHUMANO, de Manuel Gerardi


 

Deseo

Para el perro
todo cuanto se da en el espacio de la mesa
es objeto irresistible de deseo
simple regla de tres
si algo cae debe ser cazado al vuelo
luego se verá
en la huida
qué tanto valía la pena el esfuerzo
y en ello pensaba cuando cayó el tornillo
y mientras intentaba recuperarlo
de las fauces de aquel obstinado animal
que lloraba impotente ante mí
resistiéndose a devolver su tesoro
dispuesto incluso a atragantarse
con aquella pieza de metal
que no debía saberle a nada
pero que representaba para él
una victoria
y ya con el tornillo en la mano
no pude sino pensar
¿cuántos de ellos habré

cazado
al vuelo
yo que me he sentado
siempre
a la mesa?

- - -

 

Hemos matado a Dios para robarle una cuerda rota mis manos sudan y la piedra se hunde perfectamente aunque no quede expansión de ondas incurables ay planta marina llévame a través de tus cuevas subcutáneas a la tierra prometida reino de la contradicción extramundo en el que habita la cuadratura del círculo y duermen los alquimistas sobre enlaces de seda planta marina torna la secuencia genética en látigo de grafemas convierte lo real en racional y lo racional en real como principio de todos los principios transmutados



este plano traducido en otro

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Sobre el engaño de las cosas manifiestas

Dudo serieamente que el local de comida china que tanto frecuento
prosiga siendo el mismo cuando no estoy sentado allí
frente al destello de sus cuadros paisajistas con relieve y luces led
las servilletas de tela dispuestas en forma cónica
el menú plastificado con los bordes ligeramente levantados
de tanto manoseo
y en él los nombres de los platos en castellano
junto al sinograma que les corresponde
según la traducción
@ @ @ (Pollo agridulce). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 €
¿no será acaso una fachada restaurante que empieza a mutar
adoptando nuevos decorados y nuevos olores en el preciso instante
en que dejo deslizar la puerta tras de mí y me marcho?
sea que al entrar un nuevo cliente se encuentre rotos
los filamentos del adn de la vida
plegadas todas las paredes de mi ensueño
en un puñado de palabras extintas
una cárcel    un sepulcro
el paraíso
temiendo de todas maneras con ominosa certeza
que podría toparse con las mismas mesas
y los mismos cuadros
orquestándose el mayor engaño posible
entre la aparente continuidad de aquel recinto
t1, t2, t3,..., tn.
y en el quebranto de todo tiempo percibido
la ilusión de lo habitual.

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Síndrome del impostor

Me escupió la madrugada
por una ciudad de otros
y qué podía hacer sino irme
huir hacia aquel bar sin rotulado
que parecía dormir de pie
indiferente a las totalidades de la noche

quería estar a la altura de los grandes poetas
ser como aquel que se sienta al fondo del todo
a escribir las más bellas obras
en su libreta negra
y que se bebe las espinas de los cactus
a fondo blanco
hasta desangrarse

pero los grandes escritores
no se avergonzarían nunca de su letra
como yo me avergüenzo de la mía
enorme y maleducada
presta a violentar márgenes y páginas enteras
en su trazo proscrito
palabreo que se va de costado
                                        vacilante
        tembloroso
ebrio de tanta tontería bukowskiana

si supieran cómo crece mi vergüenza
al escuchar una risita de mujer feral
sabiéndome presa de la mirada indiscreta
que desnuda toda retórica
que me expone mano torpe
que se llena la camisa
de caspa de lápiz
ennegrecido mi pecho con burusas
de otras medianías
peores que la vergüenza misma

en fin

pensar que quise sentarme a solas
en el fondo
al final de la escena
y que nada más llegar
me quise ir.


jueves, 12 de septiembre de 2024

Tres poemas de FRANCISCO JAVIER IRAZOKI


 

 

ÚLTIMA ARENGA A LAS TROPAS

De este invierno guardaremos
una magia superior a sus nieves. 

Pasaron la escarcha y el granizo,
y, adherida a los ventanales,
sobrevivieron unas flores blancas
que no saben morir. 

Vinieron los amigos
y las contemplaron
desde el interior de la vivienda.

Como desquite contra el gris del cielo,
cortamos una de las flores.

Hemos escondido,
entre las hojas de un libro de música,
esa muerte imposible. 


LA ENTEREZA

    El equilibrio fue mi padre.
    En una tierra de coleccionistas de lindes, veíamos a pocos hombres con la altura de su serenidad. Imperturbable, el humor y la rectitud eran las dos fuerzas que compensaban su carácter, y con ellas dirigía nuestra niñez.
    Nunca practicaba la pequeñez humana de escucharse sólo a sí mismo. Tuvo abierta la quietud para recibir las turbaciones ajenas, y nos daba cita en una habitación bien iluminada por la ironía.
    Las maldades lo aburrían, y a todas las reuniones aportó panes y el escepticismo con deseos de ayudar.
    Durante los meses de la enfermedad última, su cuerpo grande perdió tamaño. Pero los dolores no le redujeron la calma que aún nos acogía. Con una mínima seña desocupó parte de la imposibilidad y allí depositamos todos los miedos.
   También las palabras finales construyeron para nosotros un cobertizo con la grieta de la risa.
    Seguimos sus instrucciones y embotellé la ausencia en los frascos de medicamentos de la despedida.
    Muchos años más tarde, noté su presencia muy lejos de los lugares que él conoció. Al acabar el verano, en la escalinata de las cremaciones de Benarés, unas mujeres lavaban las cenizas de los familiares muertos. En las cercanías, algunos ancianos caminaban impávidos. Sin alterarse, parecía que en sus mentes la mesura iba a apagar los fuegos de los crematorios.
    De repente, sentí que sobre los peldaños de piedra empezaba a bajar el equilibrio de mi padre. Giró como una rueda hasta caer a las aguas del Ganges. 

 

UN POETA ATADO

    El zorro es mi poeta maldito.
    Mi niñez lo contempla colgado de una tranca. Me detengo frente a su pelaje rojizo, sus pies negros y su astucia inmóvil. Un cazador lo transporta sobre los hombros y recibe treinta monedas en las casas de los campesinos. 
    De noche, el zorro ha merodeado las viviendas de los adultos y las pesadillas de los niños. En los sueños infantiles, su boca muerde roedores, topos y animales de corral o gotea jugos de frutas. Su hocico olisquea miedos. 
    Su poema está creado lejos del grupo. No imita al perro sumiso ni al lobo gregario. Cruza sin compañía externa los hayedos, robledales y desmontes. Su manada es interior y la prudencia con oído de músico dirige su jerarquía. 
    Leo las líneas de una silueta nocturna con grito humano. El zorro camina atado a su soledad omnívora.

 

ILUSIONISTA INTRUSO

    Vino de un pueblo de Cáceres y su infancia se hospedó en un cuartel. Su padre, alto guardia civil, recorría nuestros montes. Varias veces lo vi solo, pensativo en un calvero del bosque. 
    Recuerdo al niño Dioni  inclinado ante su caligrafía redonda y lenta. Escuálido, bajo de estatura, se transformaba en el campo de fútbol. Delante de nuestro asombro, hacía una pelota rápida con los puntos cardinales que habíamos aprendido en el colegio y echaba a correr en un laberinto que sólo sus regates descifraban. Su transformación incluía la violencia con que golpeaba la pelota y la manera de elevarse para rematar de cabeza. Su cuerpo era la miga de un milagro. En cuanto poníamos un balón cerca de sus pies, se vaciaban los relojes.
    Concebíamos el fútbol como una variante de la labranza. Al ver las botas con tacos de rosca, pensábamos en surcos y sementeras. La elegancia de Dioni fue un idioma extranjero. Nos despedimos en la adolescencia. Él se afincó en Pamplona. Allí crecieron su estatura y habilidades. 
    Dioni jugó durante seis temporadas en Primera División de la Liga española. Reflexivo y de cuerpo grande en la edad adulta, saltaba al terreno de juego agitando sus cartabones, reglas y escuadras mentales. La lentitud de aquella escritura de la niñez se instaló en sus movimientos deportivos. No fue entendida la belleza que rodaba trazando ángulos, aristas, vértices. El público se distrajo con cánticos de ebriedad frente a un poeta de la geometría. 
    Un sacerdote, que visitaba a los futbolistas antes del inicio de los partidos, me trajo noticias de Dioni. Entonces supe de sus vómitos y sesiones de sofrología. Cuando faltaban unos minutos para el comienzo del espectáculo, el jugador se sentía aislado.
    De nuevo la lentitud. De su boca salían despacio, con dolor envejecido, la soledad del padre en un calvero, el trato frío, su impureza en nuestra tribu. 

 

Los descalzos. Poesía completa (1976 - 2023). Francisco Javier Irazoki. Ediciones Hiperión. 2023.