viernes, 14 de diciembre de 2012

Las lamentaciones del viejo Tombo (dos fragmentos) - Ismaël Kati



LOS ULISES NEGROS 


La mirada interior se despliega y un mundo de vértigo y llama
nace bajo la frente del que sueña. 

Octavio Paz. "El cántaro roto". Águila o sol (1949-1950)



I 

Según los viejos de la tribu, más allá de los desiertos y del mar existe una tierra de abundancia donde el hombre vive entre frutas, miel y leche. Incluso hay crónicas que cuentan que esa tierra no es sólo una leyenda, y que hay viajeros que conocen los caminos que a ella conducen por los países de la sed.

Del poblado un solo nombre quiso seguir su sueño, mas ahora son legión quienes quieren tomar el camino. Dicen que allí estaban los tiradores senegaleses. No, esa tierra no es sólo una leyenda, lo dicen las crónicas.

Se inclinaron ante sus padres y los padres les tocaron los hombros. Las madres apoyaron sus senos erguidos en la cabeza de sus hijos. Ya son hijos bendecidos, ya pueden salir al alba. Mas, ¿quién dirá si los Ulises negros regresarán algún día al alba?

Mañana serán los hijos del mismo dolor, y así todas las mañanas del mundo. Cantaron bajo la clara luz del día y bajo las noches de diciembre cantaron. Cantaron al alba y atravesaron el viento con sus desnudos cuerpos, bajo la clara luz del día y en las oscuras noches de diciembre.

Los hijos del dolor viajan por el desierto. Marchan de día y marchan de noche. Hacia la tierra prometida avanzan, allí donde la muerte los aguarda. Ignoran que el paraíso tiene sus guardianes y una muerte que los espera. Marchan de noche y hacia la tierra prometida avanzan, allí donde la muerte los aguarda.

La llaga del dolor duerme aún en su corazón. Ignoran que el dolor no entra en la tierra prometida. Lejos está el paraíso y grande es el dolor. Ignoran que el dolor no entra en la tierra prometida.

Han dejado atrás el hambre y la guerra, las siete plagas que destruyeron al Faraón y las tierras de Egipto. Ante ellos se extiende lo que queda del desierto, el mar y la muerte. Marchan de noche y marchan de día, junto a un sueño que les acompaña. Marchan de noche y marchan de día, lejos del infierno de su tierra.

¿Hay alguien que al abandonar su tierra no llore de tristeza y amargura? Lloraron de tristeza y lloraron de amargura, y su sueño los consuela. Tras los adioses en el poblado, pasó una luna, y luego otras. Y por fin, aquí, el mar aquí, y a lo lejos las luces de la tierra que no es una leyenda.

Allí permanecieron una luna, y luego otra, y el mar se calmó. Era una profunda noche de diciembre, el mar se calmó. Bajo la clara luz del alba flotaban las balsas. Sobre ellas, nadie.

Se fueron al fondo del mar con los sueños de su vida y la muerte les quitó el yugo del mundo y del dolor. Bajo la clara luz del alba flotaban las balsas, y los hijos del dolor ya no son más que tinta china sobre el mar. Ya no son más que sombras que emigraron de su tierra para venir a dormir bajo el mar tan sereno.


II 

Y así van las sombras, las manos repletas de frías noches. En las crines del silencio lamentan el olvido. ¿Quién puede decir por qué son amargas las almendras? Cuando nacían, en canto de medianoche estaba ya entre los labios y el grito. Las crines del terror flotan sobre el desierto, al igual que las ruinas del sueño, entre las que viven los Cantos de sombra, los Pigmentos y el Cuaderno de un retorno al país natal. Y el amargor de las almendras. Como un campo de trigo calcinado, las sombras no sueñan ni el sol ni el oro, son árboles negros. Aguardan el viento y sus cenizas, son corazones rotos en el furor de un mundo sin ilusiones, sombras huyendo en una tierra de bellezas muertas. En este aire límpido de diciembre bebes el alba y la tristeza de las amapolas. A medianoche otros Ulises levarán ancla en busca del jardín de las delicias; sin sirenas ni cíclopes, bogarán en este límpido aire de caravanas perdidas hacia otras orillas de la noche. Peces muertos sobre el mar, peces que flotan hacia el alba y el olvido de Penélope. A medianoche seguirás bebiendo diciembre y el amargor del alba. Y cuando Telémaco llegue, le dirás que los Ulises negros no regresarán, que los Ulises de esta Odisea no son más que tinta china sobre el mar, tristes arabescos que no volverán para ver envejecer el cailcedrat bajo el viento del otoño, a la puerta de Penélope.


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EL POEMA DE LA CENIZA FRÍA


Para Arkia y para nuestra infancia 
en Kirchamba

Est inde dies niveus,
nox frigida.
En adelante, días de nieve
y noches frías.

De ramis cadunt folia
De las ramas caen las hojas

En Poesía Goliárdica



Cae, día y noche, la ceniza fría sobre la cabeza de las montañas.
Por la noche, bajo el claro de luna, ¿Qué danza no bailábamos ante tu puerta?
Diecisiete lluvias recién cumplidas en nuestros cuerpos y abundancia en las cosechas.
¿Qué danzas, qué cantos en el umbral de la noche y de nuestras diecisiete lunas?
Tú eras una princesa y nosotros, diez reyes a la puerta de Penélope.
Penetraste en el corazón del círculo que dibujaban nuestros cuerpos sudorosos.
Dábamos palmas con las manos y con los pies golpeábamos la tierra,
saltabas como una gacela negra, girabas y brillaban tus dientes de leche mientras te perseguían, desnudos, tus pechos.
Tus pechos de quince lluvias contigo giraban y saltaban.
De súbito, quieta, a mí me miraste, a mí, el hijo del escriba,
a mí, sin bueyes ni tierras, en el cuello me anudaste el pañuelo,
a mí, que ni flauta de pastor ni azada tengo.
Te paraste ante mí sin aliento y sudabas.
El pañuelo exhalaba el olor de tus cabellos.
La noche se detuvo y con ella mi aliento.
Yo soy el elegido, yo, el hijo del escriba.
La danza se detuvo,
los danzantes se fueron, hombres y mujeres,
y yo me quedé solo en medio de la noche extensa,
solo contigo.
Me dijiste me llamo Arkia,
mi familia es la de los Jawdar de Cuevas.
Te dije me llamo Ismael,
mi familia es la de los Ali b. Ziyad al-Quti de Toledo.
Me diste la mano derecha,
te di la mano derecha.
Me llevaste a la estera de vuestra puerta,
tu sirvienta la había extendido.
Me coloqué a tu lado.
Ella dijo por tres veces Arkia e Ismael comparten la estera.
Me convertí de por vida, yo, el hijo del escriba, en el hombre de tu vida.
Te convertiste en la mujer de mi vida.
Cae, día y noche, la ceniza fría sobre la cabeza de las montañas.
No te imaginas qué frío hace en el país de nuestros padres.




Extraídos de Las lamentaciones del viejo Tombo. Ismaël Kati (Ismaël Diadié Haïdara).
Traducción de David Marín. CEDMA (Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga). Málaga. 2006.