Al aceptar y defender la institución social de la esclavitud, los griegos tenían el corazón más duro que nosotros pero las ideas más claras; sabían que el trabajo como tal era una esclavitud y que ningún hombre puede enorgullecerse de ser un operario. Un hombre puede estar orgulloso de ser un trabajador, es decir, alguien que fabrica objetos duraderos, pero en nuestra sociedad el proceso de fabricación se ha racionalizado de tal modo en interés de la velocidad, la economía y la cantidad, que el papel desempeñado por el individuo empleado en una fábrica carece de importancia y significado personales y en la práctica todos los trabajadores se han convertido en operarios. Es lógico, pues, que las artes que no pueden racionalizarse de esta forma -el artista sigue siendo personalmente responsable de lo que hace-, despierten la fascinación de quienes carecen de talento y temen con razón un horizonte de trabajo sin sentido. Esta fascinación no se debe a la naturaleza misma del trabajo, sino ...
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