sábado, 29 de diciembre de 2012

Ezra Pound - Catay (3)

LAMENTO DEL GUARDIA DE FRONTERAS

¡En la Puerta del Norte sopla el viento, cargado de arena,
solitario hasta hoy desde el principio de los tiempos!
Caen árboles, la hierba amarillea en el otoño.
Subo torre tras torre
                 para otear la tierra de los bárbaros:
desolado castillo, cielo, vastedad del desierto.
No le ha quedado un muro en pie a este pueblo.
Huesos que han blanqueado mil rocíos,
altos montículos cubiertos de árboles y hierba.
¿Quién hizo que esto desapareciera?
¿Quién atrajo la encendida cólera imperial?
¿Quién atrajo a este ejército con tambores y timbales?
Los reyes bárbaros.
Una graciosa primavera convertida en otoño ávido de sangre,
un tumulto de guerreros esparcidos por el Reino del Centro,
trescientos sesenta mil,
y dolor, dolor como lluvia.
Dolores al ir, y dolor, dolor al volver.
Desolados, desolados campos,
y sin niños huérfanos en ellos,
sin hombres ya para ataque y defensa.
¡Ah!, si pudieras saber del lúgubre dolor en la Puerta del Norte,
ya olvidado el nombre de Riboku,
y nosotros, los guardias, pasto de los tigres.

De Rihaku


CARTA DESDE EL DESTIERRO

A So-Kin de Rakuyo, viejo amigo, Canciller de Gen.
Recuerdo ahora que construiste para mí una taberna particular
al lado sur del puente de Ten-Shin.
Con amarillo oro y blancas joyas, pagábamos canciones y risas
y nos emborrachábamos mes tras mes olvidando a los reyes y a
los príncipes.
Hombres inteligentes llegaban desde el mar y desde la frontera
occidental,
y con ellos, contigo sobre todo,
no hubo ningún malentendido,
nada les importaba cruzar mares o cruzar las montañas
con tal de estar en nuestra compañía,
y todos decíamos de verdad lo que teníamos en la cabeza y en el corazón, y sin arrepentirnos.
Y entonces fui enviado a Wei del Sur,
              cubierta de bosques de laureles,
y tú al norte de Raku-joku,
hasta que sólo pudimos compartir ideas y recuerdos.
Y luego, cuando la separación llegó a su peor momento,
nos encontramos y viajamos a Sen-Go,
a través de los treinta y seis meandros del río turbulento,
hasta el valle de las mil flores resplandecientes,
aquél era el primer valle;
y a los diez mil valles llenos de voces y de viento entre los pinos.
Y con arnés de plata y riendas de oro,
llegó e Prefecto del Este de Kan y su cortejo.
Y llegó también, a encontrarse conmigo, el "Hombre Bueno" de Shi-yo,
tocando una lujosa armónica.
En las torres de San-Ka, nos ofrecieron más música de Sennin,
muchos instrumentos que sonaban como bandadas de fénices jóvenes.
El Prefecto de Kan-chu, borracho, bailó
               porque sus largas mangas no conseguían estar quietas mientras sonaba aquella música,
y yo, envuelto en brocado, me eché a dormir con la cabeza en su regazo,
y mi espíritu estaba en lo alto, más allá de los cielos,
y antes que el día terminase fuimos dispersados como la lluvia o las estrellas.
Yo debía irme a So, lejos sobre las aguas,
y tú volver a tu puente del río.

Y tu padre, que era valiente como un leopardo,
era gobernador de Hei-Shu, donde doblegó a la bárbara plebe.
Y en cierto mes de mayo te envió a buscarme,
            pese a la gran distancia.
Y por aquello de las ruedas rotas y demás, no diré que no fuese un trayecto duro,
sobre caminos retorcidos como tripas de oveja.
Y aún estaba viajando al acabar el año,
               bajo el cortante viento del norte,
y pensando qué poco te importaba el coste,
               y cuán gustosamente aceptabas pagarlo.
Y qué recibimiento:
copas de jade rojo, comida bien dispuesta en una mesa azul como una joya,
y yo estaba borracho y no pensaba en el regreso.
Y tú caminarías conmigo a la esquina oeste del castillo,
al templo dinástico rodeado de agua clara como jade azul,
con barcas flotando y el sonido de tambores y melódicas,
con ondas como escamas de dragón volviéndose en el agua de un verde hierba,
haciendo durar el placer, con cortesanas yendo y viniendo sin obstáculos,
con los copos de sauce cayendo como nieve,
y las muchachas encoloretadas emborrachándose a la puesta de sol,
y el agua, de cien pies de profundidad reflejando cejas verdes
-las cejas pintadas de verde son una hermosa visión a la temprana luz de la luna
graciosamente pintadas-
y las muchachas cantándose unas a otras
bailando con brocados transparentes,
y el viento realzando la canción e interrumpiéndola,
lanzándola a las nubes.
                 Y todo aquello llega a su fin.
                 Y nunca más volvemos a encontrarlo.
Yo fui a la corte a examinarme,
probé la suerte de Layu, ofrecí la canción de Choyo,
y no fui ascendido,
                  y regresé a los Montes orientales
                  con el cabello cano.
Y una vez más, aún, volvimos a encontrarnos en la cabecera del puente del Sur,
y entonces la multitud se dispersó, tú te fuiste hacia el norte, al palacio San,
y si preguntas cuánto lamento esa partida:
es como cuando, al acabar la primavera, caen las flores
                   confusas y revueltas y arremolinadas.
Para qué sirve hablar; hablar no tiene fin,
los asuntos del corazón no tienen fin.
Llamo al muchacho,
hago que se arrodille aquí,
                     para sellar esto,
y mandarlo a mil leguas de aquí, y me quedo pensando.

De Rihaku




Cuatro poemas de partida



La lluvia leve sobre el polvo leve
Los sauces del patio de la fonda
van a ponerse cada vez más verdes,
mas tú, Señor, mejor será que tomes vino
antes de tu partida,
porque no tendrás amigos junto a ti
cuando llegues a las puertas de Go. 
(Rihaku u Omakitsu)



SEPARACIÓN EN EL RÍO KIANG

Ko-yin va hacia el poniente desde Ko-Karu-ro,
sobre el río hay esparcidas flores de humo.
Su vela solitaria mancha el cielo lejano.
Y, ahora, sólo veo el río,
               el largo Kiang, que llega al cielo.


Rihaku



DESPIDIÉNDOSE DE UN AMIGO

Montes azules al norte de las murallas,
un río blanco serpenteando entre ellas;
aquí debemos separarnos
y recorrer mil millas de hierba muerta.

Mente como una gran nube flotante,
crepúsculo como separación de viejas amistades
que a distancia se inclinan sobre sus manos apretadas.
Nuestros caballos se relinchan
                      mientras nos vamos alejando.

Rihaku



DESPEDIDA CERCA DE SHOKU

"Sanso, rey de Shoku, construyó caminos"

Dicen que los caminos de Sanso son abruptos,
escarpados como las montañas.
Las paredes se alzan frente al rostro de un hombre,
las nubes crecen desde la colina
                  cuando frena el caballo.
Hay árboles fragantes en el empedrado camino de los Shin,
sus troncos han reventado el pavimento,
y hay regatos cuyo hielo revienta
                  en medio de Shoku, una ciudad altiva.

Los destinos de los hombres ya están fijados,
no es necesario consultar a adivinos.

Rihaku



LA CIUDAD DE CHOAN

Los fénices están jugando en su terraza.
Los fénices se han ido, el río fluye solitario.
Flores y hierba
cubren la oscura senda
            donde descansa la casa dinástica de los Go.
Los brillantes vestidos y los brillantes gorros de los Shin
son ahora la base de colinas antiguas.

Las Tres Montañas caen a través del cielo lejano,
la isla de la Garza Blanca
             divide la corriente en dos.
Ahora las altas nubes han cubierto el sol,
y yo no puedo ver Choan a lo lejos
y estoy triste.

Rihaku


Extraído de "Personae. Los poemas breves", Ezra Pound. Ed. revisada, al cuidado de Lea Baechler y A. Walton Litz. Traducción de Jesús Munárriz y Jenaro Talens. Poesía Hiperión.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Ezra Pound - Catay (2)

LA ESPOSA DEL MERCADER DEL RÍO: UNA CARTA

Cuando aún llevaba el pelo cortado al flequillo
jugaba delante del portón, cogiendo flores.
Tú llegaste sobre zancos de bambú, jugando a caballitos
y diste vueltas a mi silla, jugando con ciruelas azules.
Y seguimos viviendo en el pueblo de Chokan:
dos personitas, sin aversiones ni malicia.

A los catorce me casé contigo, mi Señor.
Nunca reía, por mi timidez.
Bajaba la cabeza y miraba a la pared.
Aunque me llamaran mil veces, nunca miraba atrás.

A los quince, dejé de fruncir el ceño,
deseaba que mis cenizas se mezclaran con las tuyas
para siempre jamás
¿Para qué tenía que subir al mirador?

A los dieciséis, te marchaste,
fuiste hasta la lejana Ku-to-yen, por el río de hondos remolinos,
y te quedaste fuera cinco meses.
Los monos, en lo alto, lanzaban quejas de dolor.
Arrastrabas los pies cuando te fuiste.
Frente a la puerta, ahora, crece el musgo, los diferentes musgos,
¡demasiado arraigados para poder quitarlos!
Las hojas, con el viento, caen pronto este otoño.
Las parejas de mariposas ya están amarillas en agosto
sobre la hierba del jardín de poniente;
me hacen daño. Envejezco.
Si regresas por los desfiladeros del río Kiang,
por favor, avísame con antelación
y saldré a tu encuentro
                  en Cho-fu-sa.

De Rihaku


POEMA JUNTO AL PUENTE DE TEN-SHIN

Llegó marzo a la cabecera del puente,
ramas de melocotoneros y duraznos cuelgan sobre un millar de pórticos,
al alba hay tantas flores que se te parte el corazón,
y por la tarde flotan en las aguas que fluyen hacia el este.
Hay pétalos en las aguas idas y en las que se están yendo,
y en los remolinos que las hacen volver,
pero los hombres de hoy no son los hombres de ayer,
aunque se asomen a la barandilla de la misma manera.

El color del mar cambia al amanecer
y los príncipes aún se yerguen en filas, junto al trono;
la luna cae sobre los portones de Sei-go-yo
y se adhiere a los muros y dinteles.
Con cascos que relucen frente a nubes y sol,
los señores se alejan de la corte hasta lejanos confines.
Montan caballos que parecen dragones,
caballos con arneses de amarillo metal,
y las calles se abren a su paso.
Altivo el porte,
altivo el caminar cuando van a grandes banquetes,
a nobles salones, a comidas exóticas,
a ambientes perfumados, y a bailarinas jóvenes,
a flautas y voces de límpido sonido
a un baile de setenta parejas;
a la loca persecución por los jardines.
Noche y día se entregan al placer
y creen que esto habrá de durar un millar de otoños,
de incansables otoños.
En vano los perros amarillos les aúllan presagios,
¡y qué son comparados con la dama Riokushu,
que causó tantos odios!
¡Quién entre ellos es un hombre como Jan-rei,
que partió en solitario con su amante,
suelto el cabello, y él al timón del barco!

De Rihaku


EL LAMENTO DE LA ESCALERA DE GEMAS

Los peldaños de gemas están ya casi blancos de rocío,
tan tarde es que el rocío humedece la gasa de mis medias,
y dejo caer la cortina de cuentas de vidrio
y a través del límpido otoño contemplo la luna.

De Rihaku


NOTA: Escalera de gemas, es decir, un palacio. Lamento, es decir, algo de lo que quejarse. La gasa de mis medias, es decir, es una dama de la corte y no una criada la que se lamenta. Límpido otoño, es decir, él no puede excusarse a cuenta del tiempo. También ella ha llegado temprano, porque el rocío no sólo ha blanqueado los peldaños, sino que ha humedecido sus medias. El poema es especialmente apreciado porque ella no profiere ningún reproche de modo directo. 



Extraído de "Personae. Los poemas breves", Ezra Pound. Ed. revisada, al cuidado de Lea Baechler y A. Walton Litz. Traducción de Jesús Munárriz y Jenaro Talens. Poesía Hiperión.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Ezra Pound - Catay (1)



CATHAY 
1915

La mayor parte procede del chino de Rihaku (Li Po), de las notas del difunto Ernest Fenollosa y de las interpretaciones de los profesores Mori y Ariga. 



CANCIÓN DE LOS ARQUEROS DE SHU

Aquí estamos, recolectando los primeros brotes de los helechos
y diciendo: ¿cuándo volveremos a nuestra patria?
Aquí estamos porque tenemos a los Ken-nin como enemigos,
no paramos un momento por culpa de esos mongoles.
Hemos agotado los tiernos brotes de helecho;
cuando alguien habla de volver, los otros se acongojan.
Ánimos apenados, el pesar es hondo, tenemos hambre y sed.
Nuestras defensas no son seguras, nadie puede dejar que regrese su amigo.
Agotamos los viejos tallos de helecho.
Decimos: ¿nos dejarán volver en octubre?
No hay sosiego para los asuntos del reino, no paramos un momento.
Nuestro pesar es amargo, pero no querríamos regresar a la patria.
¿Qué flores se han abierto?
¿De quién es esa carroza? Del General.
Los caballos, incluso sus caballos, están cansados. Y eran fuertes.
No nos dan reposo, tres batallas al mes.
Oh, dios mío, sus caballos están cansados.
Los generales van sobre ellos y los soldados a pie.
Los caballos están bien entrenados, los generales llevan flechas de
marfil y aljabas adornadas con escamas de pez.
El enemigo es rápido, hemos de ser cuidadosos.
Cuando partimos, los sauces se doblaban con la primavera,
regresamos con nieve,
avanzamos con lentitud, tenemos hambre y sed,
nuestro ánimo está apesadumbrado, ¿quién sabrá de nuestro dolor?

De Bunno, aproximadamente 1.100 a.C.


EL HERMOSO ATAVÍO

Triste, triste es la hierba a la orilla del río
y los sauces desbordan el jardín cerrado,
y adentro, la dueña, en la flor de su juventud,
blanca, blanca de rostro, vacila, mientras cruza la puerta.
Delicada, tiende una mano delicada.

Fue cortesana en otros tiempos,
y se casó con un bebedor
que ahora sale a emborracharse
y a ella la deja demasiado sola.

De Mei Sheng, 140 a.C.


LA CANCIÓN DEL RÍO

Esta barca es de sándalo y hay magnolias talladas en sus bordes,
músicos con flautas enjoyadas y caramillos de oro
se amontonan en filas a la orilla, y nuestro vino
da para llenar mil copas.
Llevamos a doncellas cantantes, arrastrados por la corriente,
sin embargo Sennin necesita
como corcel una cigüeña amarilla, y todos nuestros marineros
seguirían a las blancas gaviotas o las montarían.
La canción en prosa de Kutsu
cuelga junto al sol y la luna.

La terraza del palacio del Rey So
no es ahora sino estéril colina,
pero yo caligrafío a bordo de esta barca,
haciendo que los cinco picos tiemblen,
y hay en estas palabras alegría
como la hay en las islas azules.
(Si la gloria pudiera durar siempre
las aguas del Han fluirían en dirección al norte.)

* * *

¡Y yo que he dormitado en el jardín del Emperador, esperando la orden de escribir!
Miraba el estanque del dragón, con sus aguas teñidas por los sauces
que reflejaban los matices del cielo,
y escuchaba las gratuitas escalas de los ruiseñores.

El viento del este da verdor a las hierbas isleñas de Yei-shu,
la casa púrpura y el carmesí están llenos de dulzura primaveral.
Al sur del estanque las extremidades de los sauces son de un azul o muy suave o muy fuerte,
sus mimbres se enredan en la niebla frente al palacio que parece de brocado.
Cepas en hilera, a cien pies de distancia, cuelgan de esculpidos emparrados,
y en lo alto de los sauces las delicadas aves se cantan una a otra, y escuchan
lamentándose: "Kuan, Kuan", del viento temprano y su sentir.
El viento se enrosca en una nube azulada y con ella se aleja.
Sobre un millar de pórticos, sobre un millar de puertas van
cantando los sones de la primavera
y el Emperador está en Ko.
Cinco nubes cuelgan en lo alto, brillando sobre el cielo púrpura,
los guardias imperiales vienen del pabellón dorado con sus armaduras relucientes.
El Emperador sale a inspeccionar sus flores en la carroza enjoyada,
sale hacia Hori para contemplar el vuelo de las cigüeñas,
regresa por la senda de la roca de Sei para escuchar a nuevos ruiseñores,
pues los jardines de Yo-run están llenos de nuevos ruiseñores,
cuya música se mezcla con la de esta flauta,
cuya voz está en estos caramillos.

De Rihaku, Siglo VIII d. de C.



Extraído de "Personae. Los poemas breves", Ezra Pound. Ed. revisada, al cuidado de Lea Baechler y A. Walton Litz. Traducción de Jesús Munárriz y Jenaro Talens. Poesía Hiperión.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Las lamentaciones del viejo Tombo (dos fragmentos) - Ismaël Kati



LOS ULISES NEGROS 


La mirada interior se despliega y un mundo de vértigo y llama
nace bajo la frente del que sueña. 

Octavio Paz. "El cántaro roto". Águila o sol (1949-1950)



I 

Según los viejos de la tribu, más allá de los desiertos y del mar existe una tierra de abundancia donde el hombre vive entre frutas, miel y leche. Incluso hay crónicas que cuentan que esa tierra no es sólo una leyenda, y que hay viajeros que conocen los caminos que a ella conducen por los países de la sed.

Del poblado un solo nombre quiso seguir su sueño, mas ahora son legión quienes quieren tomar el camino. Dicen que allí estaban los tiradores senegaleses. No, esa tierra no es sólo una leyenda, lo dicen las crónicas.

Se inclinaron ante sus padres y los padres les tocaron los hombros. Las madres apoyaron sus senos erguidos en la cabeza de sus hijos. Ya son hijos bendecidos, ya pueden salir al alba. Mas, ¿quién dirá si los Ulises negros regresarán algún día al alba?

Mañana serán los hijos del mismo dolor, y así todas las mañanas del mundo. Cantaron bajo la clara luz del día y bajo las noches de diciembre cantaron. Cantaron al alba y atravesaron el viento con sus desnudos cuerpos, bajo la clara luz del día y en las oscuras noches de diciembre.

Los hijos del dolor viajan por el desierto. Marchan de día y marchan de noche. Hacia la tierra prometida avanzan, allí donde la muerte los aguarda. Ignoran que el paraíso tiene sus guardianes y una muerte que los espera. Marchan de noche y hacia la tierra prometida avanzan, allí donde la muerte los aguarda.

La llaga del dolor duerme aún en su corazón. Ignoran que el dolor no entra en la tierra prometida. Lejos está el paraíso y grande es el dolor. Ignoran que el dolor no entra en la tierra prometida.

Han dejado atrás el hambre y la guerra, las siete plagas que destruyeron al Faraón y las tierras de Egipto. Ante ellos se extiende lo que queda del desierto, el mar y la muerte. Marchan de noche y marchan de día, junto a un sueño que les acompaña. Marchan de noche y marchan de día, lejos del infierno de su tierra.

¿Hay alguien que al abandonar su tierra no llore de tristeza y amargura? Lloraron de tristeza y lloraron de amargura, y su sueño los consuela. Tras los adioses en el poblado, pasó una luna, y luego otras. Y por fin, aquí, el mar aquí, y a lo lejos las luces de la tierra que no es una leyenda.

Allí permanecieron una luna, y luego otra, y el mar se calmó. Era una profunda noche de diciembre, el mar se calmó. Bajo la clara luz del alba flotaban las balsas. Sobre ellas, nadie.

Se fueron al fondo del mar con los sueños de su vida y la muerte les quitó el yugo del mundo y del dolor. Bajo la clara luz del alba flotaban las balsas, y los hijos del dolor ya no son más que tinta china sobre el mar. Ya no son más que sombras que emigraron de su tierra para venir a dormir bajo el mar tan sereno.


II 

Y así van las sombras, las manos repletas de frías noches. En las crines del silencio lamentan el olvido. ¿Quién puede decir por qué son amargas las almendras? Cuando nacían, en canto de medianoche estaba ya entre los labios y el grito. Las crines del terror flotan sobre el desierto, al igual que las ruinas del sueño, entre las que viven los Cantos de sombra, los Pigmentos y el Cuaderno de un retorno al país natal. Y el amargor de las almendras. Como un campo de trigo calcinado, las sombras no sueñan ni el sol ni el oro, son árboles negros. Aguardan el viento y sus cenizas, son corazones rotos en el furor de un mundo sin ilusiones, sombras huyendo en una tierra de bellezas muertas. En este aire límpido de diciembre bebes el alba y la tristeza de las amapolas. A medianoche otros Ulises levarán ancla en busca del jardín de las delicias; sin sirenas ni cíclopes, bogarán en este límpido aire de caravanas perdidas hacia otras orillas de la noche. Peces muertos sobre el mar, peces que flotan hacia el alba y el olvido de Penélope. A medianoche seguirás bebiendo diciembre y el amargor del alba. Y cuando Telémaco llegue, le dirás que los Ulises negros no regresarán, que los Ulises de esta Odisea no son más que tinta china sobre el mar, tristes arabescos que no volverán para ver envejecer el cailcedrat bajo el viento del otoño, a la puerta de Penélope.


- - -


EL POEMA DE LA CENIZA FRÍA


Para Arkia y para nuestra infancia 
en Kirchamba

Est inde dies niveus,
nox frigida.
En adelante, días de nieve
y noches frías.

De ramis cadunt folia
De las ramas caen las hojas

En Poesía Goliárdica



Cae, día y noche, la ceniza fría sobre la cabeza de las montañas.
Por la noche, bajo el claro de luna, ¿Qué danza no bailábamos ante tu puerta?
Diecisiete lluvias recién cumplidas en nuestros cuerpos y abundancia en las cosechas.
¿Qué danzas, qué cantos en el umbral de la noche y de nuestras diecisiete lunas?
Tú eras una princesa y nosotros, diez reyes a la puerta de Penélope.
Penetraste en el corazón del círculo que dibujaban nuestros cuerpos sudorosos.
Dábamos palmas con las manos y con los pies golpeábamos la tierra,
saltabas como una gacela negra, girabas y brillaban tus dientes de leche mientras te perseguían, desnudos, tus pechos.
Tus pechos de quince lluvias contigo giraban y saltaban.
De súbito, quieta, a mí me miraste, a mí, el hijo del escriba,
a mí, sin bueyes ni tierras, en el cuello me anudaste el pañuelo,
a mí, que ni flauta de pastor ni azada tengo.
Te paraste ante mí sin aliento y sudabas.
El pañuelo exhalaba el olor de tus cabellos.
La noche se detuvo y con ella mi aliento.
Yo soy el elegido, yo, el hijo del escriba.
La danza se detuvo,
los danzantes se fueron, hombres y mujeres,
y yo me quedé solo en medio de la noche extensa,
solo contigo.
Me dijiste me llamo Arkia,
mi familia es la de los Jawdar de Cuevas.
Te dije me llamo Ismael,
mi familia es la de los Ali b. Ziyad al-Quti de Toledo.
Me diste la mano derecha,
te di la mano derecha.
Me llevaste a la estera de vuestra puerta,
tu sirvienta la había extendido.
Me coloqué a tu lado.
Ella dijo por tres veces Arkia e Ismael comparten la estera.
Me convertí de por vida, yo, el hijo del escriba, en el hombre de tu vida.
Te convertiste en la mujer de mi vida.
Cae, día y noche, la ceniza fría sobre la cabeza de las montañas.
No te imaginas qué frío hace en el país de nuestros padres.




Extraídos de Las lamentaciones del viejo Tombo. Ismaël Kati (Ismaël Diadié Haïdara).
Traducción de David Marín. CEDMA (Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga). Málaga. 2006.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Hjalmar Flax



¡POR FAVOR!

Como un favor es la poesía.
Hay que darle gracias a Dios
por el don, pues poeta se nace, etcétera.
Entonces hay que darle gracias al Editor
por haber aceptado tu libro y dos mil dólares,
pues publicar poesía no es negocio.
Luego hay que darle gracias al Distribuidor
por haberse obligado con el Editor
a colocar el libro, aquí, allá,
cuando tenga tiempo, cuando surja la ocasión
y se lo pidan, pues la poesía no vende.
Después hay que darle gracias al Lector
que luego de pensarlo, afloja el precio
de un boleto de cine y un "pop corn"
para comprar el libro.
No olvidemos las gracias debidas
a la Familia que soporta "las neuras del poeta",
y a los Amigos que soportan "sus rarezas".

Gracias, gracias a Todos, muchas gracias.

- - -

EL GRAN TIBURÓN BLANCO

Cuantos le digan cruel
devorador de focas y alcatraces,
cayeres y ballenas moribundas,
nadadores y náufragos,
                           dense cuenta,
al cazarlo con redes y explosivos,
que a nadie vengan,
y morirá al matarlo
todo un pueblo de rémoras
que, amparadas por él, alimentadas,
crecen, se multiplican y le exigen,
súbditos insaciables,
                              proseguir
su terrible progreso.

- - -

"SOMETHING SMELLS ROTTEN"

Cuando estabas
el closet olía mal.
-Tus zapatos apestan- te decía.
Pero va a ser un año
que no estás.
Ya sé que no eran tus zapatos.

- - -

EVOLUCIÓN ERRÁTICA DE UNA CITA DE NERUDA

(En el Colegio de Abogados con M. R.)

"Ahora me doy cuenta
de que no he sido un hombre
sino varios."

Ahora me doy cuenta
de que no he sido un hombre
sin ovarios.

Ahora me doy cuenta
de que no he sido un hombre
sino ovarios.

- - -

CUÉNTAME CÓMO NO TE SACASTE LA EXTRAORDINARIA

¿Que tuviste en la mano
la posibilidad de ser poeta
sin la brega diaria en la oficina?
¿Millón libre de impuestos?
¿Setenta mil de renta al año?
¿Ya no malgastar tiempo ni vida
leyendo mala prosa,
lidiando con jueces y clientes,
y escribiendo mociones y alegatos?
¿Que echaste a la basura cien pedazos
del diecisiete mil cincuentiocho.
que ni sacó reintegro?
Nada de eso es razón para estar triste,
porque, además, cien pesos se los gasta
cualquier pendejo en cualquier tontería.

- - -

ENTRÉGATE AL SEÑOR

Es joven, entusiasta, demasiado
formal, bastante pulcro:
corbata estrecha, pantalón oscuro,
camisa blanca, holgada.
Con expresión feliz de iluminado
te ha extendido el volante
que reza en letras grandes, crasas:
ENTRÉGATE AL SEÑOR. Y tú lo aceptas,
le das las gracias con sonrisa humilde,
te proteges un poco tras la puerta,
porque algo te dice
que más te vale estar de buenas
con el beato de modales suaves,
mirada extraña,
capaz de arrancarte la vida
para salvarte el alma.

- - -

NADIE LO HUBIESE DICHO

Luego de muchos malos días y noches,
ausente o excesivo el sorbo clórico,
cerrado el sol detrás de la ventana
que olvidaban abrir, interrumpido
su descanso por luz incandescente,
humo de tabaco,
estrépitos de músicas extrañas,
existir fatalmente
entre libros, pared y tocadiscos,
desechar tantas hojas, alargar tantos tallos
hacia monte anhelado y río invisible,
hizo una flor, sólo una flor,
perfecta.

- - -

SOBREMESA

Hora del café solo y sin azúcar.
El Chiky Bar, Mayor cincuenticuatro.

-¿Ha estado aquí mi amigo- ella pregunta?
(La Vie en Rose inunda los espacios.)

- Yo quiero ser tu amigo- no contesto.
Sobre la mesa escribo estas palabras.

- - -

EL PADRE NUESTRO

Padre nuestro que estás en la oficina,
reverenciado sea tu nombre.
Benfícianos en tu herencia.
Hágase tu voluntad en casa
como en el despacho.
Danos hoy el filete, las papas fritas
y el mantecado de chocolate.
Perdónanos las coles de Bruselas
y nosotros perdonaremos a la cocinera
si el filete le queda muy cocido
y las papitas mongas.
No nos tientes con promesas falsas.
Regálanos coches deportivos.
Ampáranos de la policía.
Excúsanos de servir en el ejército.
Pues tuyo es el país,
el poder y los pesos,
por los siglos de los siglos,
amén.



Hjalmar Flax. Estos poemas han sido extraídos de Razones de envergadura. Poemas nuevos y selectos. Ed. Verbum. 1995.

Si queréis echar un vistazo a su obra, seguid este enlace

domingo, 25 de noviembre de 2012

Así son, de José Agustín Goytisolo

(NOTA: En este momento, más que nunca.)

ASÍ SON

Su profesión se sabe es muy antigua
y ha perdurado hasta ahora sin variar
a través de los siglos y las civilizaciones.

No conocen vergüenza ni reposo
Se emperran en su oficio a pesar de las críticas
unas veces cantando 
otras sufriendo el odio y la persecución
mas casi siempre bajo tolerancia

Platón no les dio sitio en su República.

Creen en el amor 
a pesar de sus muchas corrupciones y vicios
suelen mitificar bastante la niñez
y poseen medallones o retratos
que miran en silencio cuando se ponen tristes. 

Ah curiosas personas que en ocasiones yacen
en lechos lujosísimos y enormes
pero que no desdeñan revolcarse
en los sucios jergones de la concupiscencia
sólo por un capricho.

Le piden a la vida más de lo que ésta ofrece.

Difícilmente llegan a reunir dinero
la previsión no es su característica
y se van marchitando poco a poco
de un modo algo ridículo
si antes no les dan muerte por quién sabe qué cosas.

Así son los poetas
las viejas prostitutas de la Historia. 



José Agustín Goytisolo


domingo, 18 de noviembre de 2012

Algunos poemas del Shih Ching (El libro de las odas)




Fuente: Romancero Chino. Edición preparada por Carmelo Elorduy. Biblioteca de la literatura y el pensamiento universales.


SHIH CHING (Libro clásico de poesía). 305 poemas divididos en cuatro libros:

I-                    Kuo Jung: romances de los estados.
II-                  Hsiao ya: pequeños cantos para fiestas ofrecidas por el rey.
III-                Ta ya: grandes cantos para las asambleas de los feudales.
IV-               Sung: himnos y elogios para adorar al Cielo y antepasados de la casa real.


PIES DEL UNICORNIO (Lin chih chih)
El fabuloso animal unicornio es augurio de una nueva era feliz. Sus pies no pisan a ningún ser viviente. Su cuerpo a nadie hiere. La canción congratula a Wen Wang (288) por sus hijos.

Pies de unicornio
Son de los generosos príncipes hijos de nuestro señor.
¡Oh! Sí, son unicornios.
Frente de unicornio
Es la de los generosos príncipes hijos de nuestro señor.
¡Oh! Sí, son unicornios.
Cuernos del unicornio,
Son la tribu generosa de nuestro señor.
¡Oh! Sí, son unicornios.


ANDA UN ZORRO (Yu hu)
Compasión por un pobre y desamparado habitante que vive como un miserable zorro.

Solitario y muy despacio pasa un zorro
Por encima de la presa del río Ch’i.
En viéndole, mi corazón se aflige.
Este pobre hombre carece de vestido interior.
Solitario y muy despacio pasa un zorro
Por el puente del río Ch’i.
En viéndole mi corazón se aflige.
Este pobre hombre no tiene un cinto.
Solitario y muy despacio pasa un zorro
a lo largo de la ribera del río Ch’i.
En viéndole, mi corazón se aflige.
Este pobre hombre carece de todo vestido.


SHU VA A CAZAR (Shu zu t’ien)
Elogio a Kung Shu Tuan

Shu va a cazar.
En su barriada no hay un hombre.
¿Cómo dices no haber hombre en su barriada?
No lo hay otro como Shu.
Fiel, bueno, humano.
Shu sale, en invierno, con sus perros a cazar.
En su barriada no hay un hombre con quien se pueda beber  vino.
¿Cómo dices no haber hombre con quien beber vino?
No hay otro como Shu.
Fiel, bueno y humano.
Shu sale al campo.
En su barriada no hay auriga capaz de dominar sus caballos.
¿Cómo dices no haber auriga capaz de dominar sus caballos?
No hay otro como Shu.
Fiel, bueno y bravo.

A CAZAR VA EL GRAN SHU (Ta Shu yü t’ien)
En su carro de cuatro corceles,
Sale el gran Shu a cazar.
Sus manos manejan las riendas como si fueran lazos de seda.
Los dos corceles exteriores trotan como si bailaran.
Shu ha entrado en la marisma.
Se enciende violenta llamarada.
Sus desnudos brazos agarrotan fiero tigre.
Se lo ofrecerá a la corte de su Soberano.
Cuidado Shu. Esta tu hazaña no se haga en ti costumbre,
No seas malamente herido.
A cazar va Shu.
De su carro tiran cuatro corceles castaños.
Los dos del yugo trotan a la par.
Los dos exteriores avanzan como grullas.
En la marisma entra Shu.
Violento incendio se levanta.
Shu es hábil arquero y excelente auriga.
Los hace avanzar: los detiene, dispara, persigue.
A cazar va Shu.
De su carro tiran cuatro corceles que trotan como avutardas.
Los dos del yugo llevan a la par sus cabezas.
Los dos exteriores se desvían como los dedos en la mano.
En la marisma ha entrado Shu.
Shu dispara ahora más raramente flechas.
Abre su aljaba y mete su arco en el estuche.

A LOS PRINCIPIOS (Ch’iian yü)
Los viejos funcionarios se quejan

El gran palacio de la corte era muy obsequioso con nosotros.
Ahora, en cambio, nada nos sobra en cada comida.
¡Ah! Ya no se nos guardan las consideraciones del comienzo.
Se nos daban cuatro platos en cada comida.
Ahora quedamos sin hartarnos.
¡Ah! Ya no se nos guardan las consideraciones del comienzo. 

domingo, 4 de noviembre de 2012

"Con permiso", de Mario Benedetti

CON PERMISO

Está prohibido escribir sobre cierta violencia
así que voy a hablar de la violencia permitida

el violento autorizado asiste comprensivo y curioso a tus cartas
de amor acaricia contigo los muslos de tu novia escucha
tus murmullos tus desfallecimientos
duro e infeliz se introduce doméstico en tu casa
pobre gendarme de repente promovido al horror
manoseador de secretos y mayólicas
a veces ladroncito sin vocación ni melancolía
recién llegado al crimen nuevo rico del miedo

el violento autorizado ve con preocupación el camello que
pasa por el ojo de la aguja
y ordena un silencio sin fisuras para poder vociferarte en el
oído su higiénico entusiasmo por la libertad
deja el corazón en el hogar junto a los nenes o en el apartamento
de su hembrita tercera a fin de no comprometerlo cuando
ultima a los heridos de ojos abiertos

el violento autorizado poro a poro te odia pero sobre todo se
aborrece a sí mismo y como todavía no puede reconocerlo
sabe que en el espejo ha de encontrar puntual su arcada
indivisible su minifundio de vergüenza

tortura así con la boca seca malbaratando de ese modo sus
insomnios y sabiendo muy en el fondo que todo es una
gran postergación inútil porque la historia no es impaciente
pero mantiene sus ficheros al día

el violento autorizado tienen una descomunal tijera para cortar
las orejas de la verdad pero después no sabe qué hacer
con ellas
no entiende de símbolos y lo bien que hace porque todo las
calles las ventanas los ojos las paredes el cielo los puños
los dientes son mercados de símbolos son ferias donde el
futuro se ofrece como pichincha inesperada

el violento autorizado se mete en sus metales en sus fortalezas
semovientes en su noche expugnable pero como deja un
huequito para respirar por ahí se cuela no la bala perdida
sino el guijarro
tiene miedo y lo bien que hace

el violento autorizado posee una formidable computadora
electrónica capaz de informarle qué violencia es buena y
qué violencia es mala y por eso prohíbe nombrar la violencia
execrable

la computadora por ejemplo advirtió que este poema trataba
de la violencia buena.

Del libro "Quemar las naves". Extraído de "Inventario". México. 1978.

lunes, 29 de octubre de 2012

DE CÓMO UN NIÑO LLEGÓ A LA NEGRA TORRE (XXVI - XXXIV)

XXVI

Y allí, tan pronto manchas podridas
de algún color, chillón, como el traje
de quien ayer mató a su amigo y hoy se viste
para una fiesta con atuendos
caros que ha malcomprado, tan pronto
manchas donde la miseria
atroz de la tierra se nombra como
musgo poblado de granos y forúnculos
rojos y purulentos; y más tarde, como alivio
de una lluvia para alguien
muerto o agonizante, alguna
encina temblando de una
enfermedad que no se cura, abierta
de par en par por un único tajo como boca
de labios rotos, boca hambrienta
de un hambre que no se cura, y que
sólo se cerrará cuando el
tronco caiga y el barro lo cubra
con vergüenza.


XXVII

Y un paso más, y un paso, ni dos, alteran
este estar lejos como siempre del fin. Nada
sino el atardecer en la distancia, nada que animara
a dar un paso y otro más, y sin embargo
ando con la fuerza de un martillo, con su misma
necesidad, sobre el yunque del que sale fuego
para nada, en lo oscuro. Con la misma
necesidad del golpe, avanzo. Y cuando pensaba
en esto, si eso es pensar, un pájaro
negro hermano y amante
incestuoso de Apollyon pasó al vuelo,
planeando, sin mover
nunca para volar las alas y no obstante
ásperamente me rozaron el pelo y dejaron
allí un líquido
espeso y blanco, semen o sangre. Y de ellas el roce
le digo áspero, como lija o madera
seca, y la semilla
blanca que dejó en mi cerebro
la siento
crecer y moverse entre las glándulas. Era éste quizás,
éste de alas de dragón el guía que buscaba,
el padre.


XXVIII

Y he aquí que al mirar
a lo alto sin creer en el cielo, veo
a pesar de la sombra,
que crecieron montañas donde no había ya nada, montañas que no son
sino tierra y rocas apiladas, montones de
basura que se elevan hasta
tapar el cielo que yo nunca vi. Y aquella visión, aquella
también me cogió por la espalda, a traición: una
y otra vez era enculado por la pesadilla. Escapar.


XXIX

Y asomaba la cara de la trampa. En la boca
amenazaba la palabra, la clave
peor que no saber, que estar oscuro. La había soñado
aquella explicación, la había soñado
ya en alguna pesadilla. Aquí
terminaba el camino. Y cuando
estaba a punto de no pensar, de olvidar, un chasquido
se oyó como una trampa
que para siempre se cierra,
                                     

XXX

Y era peor la luz. Sobre mi mente
cayó como un rayo, quemando
el pensamiento, quemándome, la idea de que
el lugar era ése, de que estaba
yo allí, donde se acaba, y no cabe
arrepentirse o volver
atrás o tan siquiera
pensarlo todo otra vez, donde no hay
salida ya porque se sabe
por entero la Verdad, y no hay por
tanto más que una sola realidad, eterna,
y el tiempo ha muerto: nada más que verdad.
Aquellas dos montañas como toros
agazapados para embestir y con los cuernos
trabados ya en la lucha
y el conflicto sin fin. Y en el centro
la montaña esculpida. Imbécil
de mí, loco, despertarme dormido
el día que esperé toda mi vida.


XXXI

¿Qué había allí, en el medio, sino
la Torre misma, redondo
y chato torreón con almenas
esperando como el Juicio Final, como al final
del laberinto el monstruo? Sí, el redondo
torreón con almenas ciego como el corazón
de un idiota, hecho
de piedra oscura, sin igual
en cualquier paisaje del mundo, conteniendo
en sí toda la mirada. Así el genio
de la tempestad sarcástico lleva de la mano
al timonel contra
el arrecife y él lo sabe
sólo cuando cruje la madera, sólo
por el oído que ensordece, ahora.
                 La noche. Su luz.
La noche. Deshaz mi cuerpo.


XXXII

¿Cerrar los ojos? ¿En la noche? ¿Llamar a otra noche
más densa en que no pueda ver? No, el día volvió sólo
para eso, para hacerme mirar, mirar. Y antes de ponerse
el sol relumbró por la grieta: había
colinas cual gigantes a la caza
de hombres, con el mentón
en la mano sucia de tierra, para ver
por fin a la presa
acorralada, dando vueltas: ya te
rodea el círculo. "¡Ahora apuñala y remata
a la víctima clavándole la espada
hasta la empuñadura que ya no dice nada!"


XXXIII

¿O tapar los oídos? ¿Para no oír el silencio?
¿Para no oír el estruendo? Sí, el ruido
tenso y vibrante de la más enorme
campana. Y cuando en mis orejas
resonaban, apiñados, los nombres
de los héroes mejores que yo, cuán fuerte
uno era, otro qué valiente,
otro qué dichoso hasta llegar ahí. Y sin embargo todos
y cada uno de tantos
hombres excesivos estaba
perdido, ¡perdido! Y las campanas
doblaron otra vez para que se supiera
el desastre de los siglos.


XXXIV

Ahí estaban de pie, en fila, a los dos lados
de la colina para ver mi fin y verme
entrar en el cuadro y no
moverme allí -en una sábana de
fuego los vi a todos y a
todos los reconozco. Y cuando iba -una
figura más en el cuadro atestado
a ocupar el último lugar en el Museo, a subir
con mi cuerpo al pedestal vacío
para mí, y a
                   morir, o a estar vivo
para nada en la tela sin embargo
puse el cuerno en los labios por decir
-por decir al aire que no me esperaba-
                                        por decir:
al frío y al viento que después de mí
hablaría girando en derredor
de la Negra Torre, una y otra vez, con
el mismo sonido, por decir -una vez
más- por decir a quienes no oyeron
ni oirán, decir: "Soy un niño, pues
no viví nunca, soy un niño, y
un niño llegó hoy a la Torre Negra, un niño
para hablarles a los muertos del Terror."


      LEOPOLDO MARÍA PANERO


(Extraído de "Traducciones / Perversiones". Leopoldo María Panero. Edición de Tua Blesa. Colección Visor de Poesía. 769).

sábado, 27 de octubre de 2012

DE CÓMO UN NIÑO LLEGÓ A LA NEGRA TORRE (XXI - XXV)

XXI

Infame arroyo, cuando lo crucé. ¡Dios mío!, qué miedo
tenía de que mi bastón tocara buscando
suelo firme a un hombre
muerto, o de que en mis pies
desnudos y húmedos sintiera su barba
o cabellera viscosa y muerta, convertida
en pez de las profundidades. Tal vez
tal vez sólo fuera una rata
de agua lo que atravesó
de cuajo mi bastón, pero aquel grito
-lo juro- era el de un niño.


XXII

Así que respiré cuando en mitad
de la asfixia llegué a la otra orilla, aun cuando
vanos es el movimiento de la esperanza,
tardo
     como el de un gusano al que el pie ha aplastado. No había
ya, en la otra orilla, realidad,
sino lucha, lucha de
sombras anónimas, que nadie podía
saber quiénes
fueron o por qué se
mantenían en "vida" sólo por la lucha
cuyo estremecedor pisoteo convertía
la tierra en un charco. Sapos en un envenenado
estanque o salvajes
gatos en una jaula al rojo. Aquel ruido
me volvió sordo o me volvió loco.


XXIII

A eso el combate semejaba en aquel circo
para Infames. ¿Qué los hacía
pelear mejor que
huir o morir, qué los retenía
en el barro y la lucha? Y ni una huella
en la tierra, pese a que aquel
espacio parecía atestado, y pese a que
ninguna salió nunca de él: un brebaje
sin duda que el espíritu
deja toda la vida agonizante era lo que hacía
a sus cerebros funcionar, con la locura
de la máquina, cual
esclavos de galeras que matándose
divierten al Turco.


XXIV

Y aún peor, un estado más
allá, por qué, para qué podía
ser esa máquina, o freno, o rueda, o hierro útil
¿para embobinar los cuerpos de hombres como seda? Con todo
el aire de ser el
instrumento abominable de Tophet, abandonado
allí por el viento o traído
por una mano sin cuerpo para que le afilaran
la falta de brisa los oxidados dientes.


XXV

Y di un paso más en el horror. Llegué
entonces a un pedazo de
tierra desigual, que fuera
en otra época bosque, más lejos que el recuerdo.
Al lado estaba de un pantano, al parecer, y lo que fuera
antaño reposo del
sol y lo que fuera
un bosque o un padre ahora
sólo desesperada tierra, y
acabada como la vida del viento (así
el loco se divierte, haciendo y
rompiendo), y en un cuarto de acre se extendía
junto a él como digo una ciénaga,
arcilla, escombros de vida, y desnuda
desolación como palabra muda.

(Extraído de "Traducciones / Perversiones". Leopoldo María Panero. Edición de Tua Blesa. Colección Visor de Poesía. 769).

viernes, 26 de octubre de 2012

DE CÓMO UN NIÑO LLEGÓ A LA NEGRA TORRE (XVI - XX)

XVI

¡Ni siquiera! Imaginé el
rostro encendido de aquel Cuthbert bajo
su guarnición de hilo dorado, santo
cuyo rostro lamo con lengua cansada.
Soñé así a Cuthbert y creí
por un momento que su brazo
sujetaba el mío para retenerme
siempre en aquel lugar. ¡Ay, otra noche
del desastre más entero! Se aleja el fuego
de mi corazón más nuevo, y sólo
queda, detrás, el frío.


XVII

Y es luego Giles quien aparece
de pie en mi alma, para sentir el frío,
                                 Giles, el espíritu
mismo del honor, tan recto y franco como cuando
por vez primera caballero fue
ordenado. Cualquier cosa a que alguien
claro y valiente atreverse pudiera, él la osó. Pero de nuevo
la escena se demuda, ¿qué manos de verdugo
clavan en su pecho la afrenta de un pergamino? Son
los mismos caballeros de su orden,
¡pobre traidor al que la muerte escupe
y cubre con su maldición!


XVIII

Más vale el presente que vivir otra vez;
otra vida, así que regresé
una vez más al de todos los caminos
más negro, hediondo. Ni un sonido, ni
un matiz, un color, hasta donde los ojos
podían llegar, los ojos que sudaban
el más frío sudor. ¿Enviaría la noche por caridad
un solo murciélago? Pensé, cuando algo
en el llano más lúgubre bloquea
el pensamiento y lo deja
allí convertido en hielo, y varía
inmóvilmente su curso.


XIX

Y ahora, de pronto, un río interrumpe
mi paso, inesperado
como una larga serpiente, que no se ve.
Su corriente
                 serena no fue, desacorde
con aquella calma, aquella
pesadumbre oscura; y, rica en toda
clase de espuma negra y blanca, hubiera servido
bien de baño a las pezuñas del diablo, por la hirviente
cólera del negro
impulso suyo y por sus aguas
cubiertas de escamas.


XX

Río peligroso y exiguo. A lo largo
de él los alisos enanos y
pocos se inclinaban
                            no para verse; y los sauces
empapados de agua se arrojaban
allí de cabeza, en un acceso
rotundo de una lenta desesperación, como
por un acuerdo tácito y fulmíneo de suicidio
colectivo y total, como si el mundo
se suicidara entero, con la imagen
del río en las pupilas de
todos los que iban a morir, y el cauce
que al desespero les había
inducido pasaba de largo sin jamás
repetir en sus aguas la silueta.

(Extraído de "Traducciones / Perversiones". Leopoldo María Panero. Edición de Tua Blesa. Colección Visor de Poesía. 769).

jueves, 25 de octubre de 2012

DE CÓMO UN NIÑO LLEGÓ A LA NEGRA TORRE (X - XV)

X

De modo que seguí, sólo hice eso,
mis pasos como martillo en el metal,
                               mi pensamiento
como un martillo inútil y tenaz. Pensé que
no hubo naturaleza tan infame, hambrienta
y dadora de hambre como ésa. nada que pudiera
erguirse y todo cuanto era se caía,
                                allí pudo tan sólo
crecer una flor cuyo solo
nombre sospechado
me hizo temblar. Pero no, tártago, cizaña, eran los
vástagos que de acuerdo con su
tendencia innata hacía crecer
estúpidamente para caer, allí se propagaban sin
que nadie fuera apto para podar o
sentir molestia o dolor por su presencia
una y compacta, sin perdón, fisura, tártago o
cizaña, el nudo
de un solo árbol habría sido allí
un cofre en donde, oculto, respirar.


XI

¡No! No, inercia, miseria, una mueca
el paisaje son toda la herencia
que la tierra nos deja.
"Mira o quédate sin ojos", dijo la Naturaleza
de mal humor, y seca como el pecho
de una madre vieja. "Nada puedes
hacer y nada
                de lo que hagas importa
-nada o nadie podría curar la
realidad que es llaga, enfermedad
devenida, paisaje-, sólo el Fuego
exhausto y trabajado, último clavo
en la sien desasistida del hombre
que ya no puede llorar, sólo el Fuego
del Juicio Final y la hoguera para
calentarse un viejo con la leña
sacada de la casa demolida, sólo Él podría
calcinar esta suerte de hueso que es cuanto
queda en mí de vida, espíritu, y
liberar mis presos: triste oficio
el mío, el tuyo, de resucitar muertos."


XII

Y seguí, olvidando
que la había oído, su voz de carne.
Y seguí y unánime aplaudía
el Fracaso, y tanta la Caída
que si cardo alguno
para su desgracia un poco más crecía
que los demás le era cortada
la corola y el tallo, por que no sintieran celos
los que dormían. Quién ese agujero
inscrito habría, tales cortes, en las
hojas negras del lampazo, así de magu-
llado como
para descartar toda esperanza de verdura,
                                                     debe de
habitar aquí un hombre con un cuerpo
de animal, una
bestia híbrida, excretando su
vida como una babosa o
un pez en el tembladeral.


XIII

Y en cuanto a la hierba, crecía rala como
el pelo el la lepra, sus
briznas perforaban apenas
el lodo que pa-
recía amasado con sangre: y un tieso
rocín ciego, huesos relucientes
de pura desnudez, estaba
allí quieto y asombrado, quién
sabe cómo lle-
gó hasta ese espacio un día, arrojado
por inservible del establo
inmóvil y putrefacto del diablo.


XIV

¿Vive? Muy bien podría estar muerto, si hay
diferencia alguna entre los dos estados: y con aquel
cuello exhausto, desvaído y
colorado, y los ojos cerrados bajo
la crin lacia y herrumbrosa.
¡Pocas veces lo grotesco fue tan doloroso! Y nunca vi
a una bestia a la que odiara tanto, muy
maligno debió ser en vida, si
es el mal lo que merece el sufrimiento.


XV

Cerré mis ojos y observé
cómo mi corazón se movía como cola
arrancada de gusano, y cual
un hombre que pide un
trago antes de luchar, imploró algún sorbo
de recuerdos más felices antes
de cumplir mi destino. Primero
pensar lo que de combatir se ha, éste es
el arte del soldado, y el sabor
de tiempos idos pone todo en su lugar.


(Extraído de "Traducciones / Perversiones". Leopoldo María Panero. Edición de Tua Blesa. Colección Visor de Poesía. 769).

miércoles, 24 de octubre de 2012

DE CÓMO UN NIÑO LLEGÓ A LA NEGRA TORRE (I - IX)



Perversión de Leopoldo María Panero del poema "Childe Roland to the Dark Tower Came", de Robert Browning.


I

Mi primer pensamiento hubo de ser
todo miente y hay sólo
un viejo tullido que es el signo
de Toda la Mentira, un viejo de pelo
blanco y ojo tenso, perverso, que espera
en mi faz comprobar el efecto
de Toda la Mentira, y su boca que, presa
del temblor más lascivo, no logra
ocultar el prematuro goce
de contar una víctima más.


II

¿Por qué si no estaría señalando con
su báculo, en qué otra dirección, con qué
distinta meta que la de desviar con la promesa
que contiene la mentira al viajero del camino
cuando inevitablemente lo encontrara
una y otra vez en la misma encrucijada?
Y preví
la risa de calavera en que habría de estallar y qué
epitafio escribiría con su muleta en el
camino atestado y polvoriento,
                     como pasatiempo
para los demás viajeros,


III

Si aceptando su reto me encami-
nara a lo largo del sendero
inexistente del que sólo habla
por ello la Vieja y Mentira y que
conduce sólo a la Torre Negra.
                              Y sin embargo
le obedecí y pensaba
que sería mejor, como él me indicaba
morir en vida que vivir, simplemente. Abrí
pues la puerta estrecha y penetré
en el lugar que no hay, en el sendero. No
me animaba ya esperanza, orgullo en
dirección a la sugerida
meta, ni siquiera
la extraña dicha de que haber pudiera
tal meta oscura, tal Peor Sentido.


IV

Porque, pese a que sin nunca viajar había viajado
y busqué y pese
a mi experiencia y valor, toda esperanza
decreció en mí hasta ser un espectro
que anidaba acurrucado, acurrucado y trémulo
                                                        al fondo
de mi alma -donde yo estaba, incapaz
de enfrentarse con la Otra Alegría-
y qué difícil fue el gesto
mismo de andar, sin tener miedo
de estar contento de esa otra manera. Mi
corazón fracasaba.


V

Como cuando un enfermo que está al borde
de la Muerte -Dea Tacita, que no habla-
y no está allí por tanto, oye a algún amigo
recomendar a otro que se salga afuera
a tomar un poco de aire fresco, ya que "todo
terminó", dicen, "y no hay lamento alguno
que pueda reparar el dolor"...


VI

Y alguien también discute si al lado
de tantas, tantas, rumbas habrá espacio
bastante para ésta, y cuál día
será el mejor para avisar a la
funeraria y llevarse el cadáver tras
adornarlo bien, y el hombre, repito,
lo oye todo, y sufre sólo
por no defraudar con una muerte
lenta tan tierno amor.


VII

Así busqué durante tanto tiempo y
demasiado había oído la profecía
                                                y
visto el cumplimiento ciego del fracaso en todos
los caballeros que dirigieron sus pasos en esa
misma inquisición de una Torre Distinta,
                                                         que sólo
me preguntaba si sería digno
de fracasar como ellos.


VIII

Así, tranquilo como sólo lo está la
desesperación hice crecer la
distancia entre mí y aquel
abominable tullido, aquel
feto negro dejado
                        allí como mojón y
abandoné igualmente el camino
real para a lo largo
ir de aquel sendero que
me señaló, en el aire.
                          La jornada
se demostró extenuante como nin-
guna otra jamás lo había sido, oscura y
cercana ya a su fin, pero antes
lanzó una roja y agria mueca para que
se viese antes de morir la luz cómo acogía
la llanura el rayo último:
                                   la oscuridad
del día llegaba así a su fin y
pronto, con la noche, veríamos la luz.


IX

Pero ¡alerta! Tan pronto como
entregué mi destino a la llanura atroz, tras
de dar un paso o dos, cuando me
detuve por
                 arrojar una mirada
última, compasiva, hacia atrás, no estaba
ya el camino real. Nada
sino llanura alrededor, llanura
                                     y hasta más allá
de los límites del horizonte que no había
para ser más llanura la llanura, ya no
sin nada que pusiere
allí signo o diferencia; ningún
horizonte, sólo yo, sin mí, y el sol
quemante como espejo. Sólo yo, y debía
continuar pues no quedaba
ya otra cosa por hacer.

(Extraído de "Traducciones / Perversiones". Leopoldo María Panero. Edición de Tua Blesa. Colección Visor de Poesía. 769).

lunes, 8 de octubre de 2012

La angustiosa historia de Thangobrind el joyero, y el funesto destino que le aconteció

por Lord Dunsany



Cuando Thangobrind el joyero oyó la ominosa tos, se volvió en seguida hacia aquel angosto camino. Era un ladrón de gran reputación, protegido de los encumbrados y los elegidos, pues lo más pequeño que había robado era un huevo de Moomoo y en toda su vida únicamente robó cuatro tipos de piedras preciosas: Rubíes, diamantes, esmeraldas y zafiros; y como joyero su honradez era enorme. Un Príncipe Mercader se había presentado ahora ante Thangobrind y le había ofrecido el alma de su hija a cambio de un diamante más grande que una cabeza humana, que debía encontrarse en el regazo del ídolo-araña Hlo-hlo, en su templo de Moung-ga-ling; pues había oído decir que Thangobrind era un ladrón en el que se podía confiar.

Thangobrind lubricó su cuerpo y salió de su tienda, y recorrió en secreto apartados caminos y llegó tan lejos como Snarp, antes de que alguien supiera que había salido por negocios o echara de menos su espada de su lugar debajo del mostrador. Por eso únicamente se ponía en marcha de noche, ocultándose de día y dedicándose a sacar brillo al filo de su espada, a la que llamaba Ratón porque era veloz y ágil. El joyero utilizaba sutiles métodos para viajar; nadie le vio nunca atravesar los llanos de Zid; nadie le vio llegar a Munrsk o Tlun. ¡Cómo adoraba las sombras! Una vez la luna, asomando de improviso después de una tempestad, había traicionado a un joyero corriente; a Thangobrind no le ocurrió lo mismo: los vigilantes únicamente vieron una figura agachada que gruñía y reía.

"No es más que una hiena", dijeron.

En una ocasión le agarró uno de los guardianes de la ciudad de Ag, mas Thangobrind estaba lubricado y se escurrió de sus manos; apenas se oía el paso de sus pies desnudos. Sabía que el Príncipe Mercader esperaba su regreso, sin pegar ojo en toda la noche y reluciente de codicia; sabía que su hija yacía encadenada, gritando noche y día. ¡Ay! Thangobrind lo sabía. Y si no hubiera estado fuera por negocios, casi se habría permitido una o dos pequeñas sonrisas. Mas el negocio era el negocio, y el diamante que buscaba permanecía todavía en el regazo de Hlo-hlo, donde había estado durante los dos últimos millones de años, desde que Hlo-hlo creara el mundo y le concediera todo excepto aquella piedra preciosa llamada el Diamante del Muerto. La joya fue robada a menudo, mas tenía el don de regresar de nuevo al regazo de Hlo-hlo.

Thangobrind lo sabía, mas no era un joyero corriente y esperaba burlar a Hlo-hlo, sin darse cuenta de que su ambición y su vehemencia eran sólo vanidad.

¡Cuán ágilmente se deslizó por los pozos de Snood! Ora como un botánico escudriñando el terreno, ora como un bailarín saltando por encima de los desmoronados márgenes. Cuando había oscurecido del todo pasó cerca de las torres de Tor, donde los arqueros disparaban flechas de marfil a los desconocidos para que ningún forastero pudiera alterar sus leyes, las cuales eran malas, mas no tanto como para permitir que fueran alteradas por simples extranjeros. De noche disparaban guiándose por el ruido de los desconocidos al pasar. ¡Oh, Thangobrind, Thangobrind,! ¿Hubo alguna vez un joyero como tú?

Mediante largas cuerdas arrastró tras él dos piedras y los arqueros dispararon a éstas. Tentadora era, en verdad, la trampa que habían dispuesto en Woth: un engaste suelto de esmeraldas en la puerta de la ciudad. Mas Thangobrind percibió la cuerda dorada que ascendía por la pared desde cada una de ellas y los pesos que le caerían encima si tocaba alguna, de manera que las abandonó, aunque lamentándose, y finalmente llegó a Theth. Allí todos adoraban a Hlo-hlo, aunque, como lo atestiguan los misioneros, permitían creer en otros dioses; mas éstos únicamente servían de piezas en las cacerías de Hlo-hlo, el cual llevaba aureolas, así las llama esa gente, pendientes de los ganchos dorados de su canana. Y después de Theth llegó a la ciudad de Moung y al templo de Moung-ga-ling, donde entró y vio al ídolo-araña Hlo-hlo, sentado con el Diamante del muerto reluciendo en su regazo y mirando a todo el mundo como una luna llena, mas una luna llena entrevista por un loco que hubiera dormido demasiado tiempo bajo sus rayos, pues el Diamante del Muerto presentaba un cierto aspecto siniestro que presagiaba cosas que es mejor no mencionar aquí. El rostro del ídolo-araña estaba iluminado por aquella fatal gema; no había ninguna otra luz. A pesar de sus chocantes miembros y de aquel cuerpo demoníaco, su rostro estaba sereno y aparentemente inconsciente.

Un leve temor pasó por la mente de Thangobrind, un estremecimiento pasajero nada más: el negocio era el negocio y a él le esperaba el mejor. Thangobrind ofreció miel a Hlo-hlo y se postró ante él. ¡Oh, qué astuto era! Cuando los sacerdotes salieron furtivamente de la oscuridad para sorber la miel quedaron tendidos sin sentido en el suelo del templo, pues había una droga en la miel ofrecida a Hlo-hlo. Y Thangobrind el joyero cogió el Diamante del Muerto, se lo puso a sus espaldas y se alejó del altar; y Hlo-hlo el ídolo-araña no dijo nada, sino que sonrió débilmente mientras el joyero cerraba la puerta. Cuando los sacerdotes se sobrepusieron del efecto de la droga que le fue ofrecida a Hlo-hlo con la miel, se precipitaron a una pequeña cámara secreta con vistas a las estrellas y trazaron un horóscopo del ladrón. Algo que vieron en el horóscopo pareció satisfacerles.
No era propio de Thangobrind regresar por el mismo camino por el que había venido. No, fue por otro camino, si bien éste conducía a la senda angosta, a la mansión de la noche y al bosque de la araña.

Mientras se alejaba con el diamante, la ciudad de Moung se elevaba por detrás de él, balcón sobre balcón, eclipsando a medias a las estrellas. No caminaba tranquilo. No obstante, cuando surgió tras él un ligero golpeteo como de pies de terciopelo, se negó a admitir que fuera lo que él se temía, a pesar de que su instinto comercial le decía que no era bueno que ningún tipo de ruido siguiera de noche a un diamante, y éste era uno de los más grandes que había llegado hasta él en toda su vida comercial. Cuando llegó a la senda angosta que conduce al bosque de la araña, el joyero se detuvo titubeante; sentía la frialdad y el peso del Diamante del Muerto y los pasos aterciopelados le parecían terriblemente cercanos. Miró tras él: allí no había nadie. Escuchó con atención; ahora no se oía ningún ruido. Entonces recordó los gritos de la hija del Príncipe Mercader, cuya alma era el precio del diamante, y sonrió, y siguió adelante resueltamente. En eso, del otro lado de la senda angosta, le miró esa inexorable y equívoca dama cuya mansión es la Noche. Habiendo dejado de percibir el ruido de pasos sospechosos, Thangobrind se sentía ahora más tranquilo. Cuando casi había llegado al final de la senda angosta, la mujer profirió indiferentemente aquella ominosa tos.

La tos era demasiado significativa para no hacer caso de ella. Thangobrind se volvió y vio inmediatamente lo que temía. El ídolo-araña no se había quedado en su casa. El joyero dejó suavemente en el suelo su diamante y sacó su espada llamada Ratón. Y entonces comenzó en la senda angosta aquella famosa lucha, por la cual parecía tener tan poco interés la siniestra anciana cuya morada era la Noche. Para el ídolo-araña tan de repente descubierto todo era una horrible broma. Para el joyero era una lúgubre señal. Luchó y jadeó y fue rechazado lentamente a lo largo de la senda angosta, mas todo el tiempo asestó terribles cuchilladas a Hlo-hlo en su ancho y blando cuerpo hasta que Ratón estuvo cubierta de sangre. Finalmente, la persistente risa de Hlo-hlo fue demasiado para sus nervios e, hiriendo una vez más a su demoníaco enemigo, se dejó caer horrorizado y exhausto junto a la puerta de la morada llamada Noche a los pies de la siniestra anciana, la cual, después de proferir aquella ominosa tos, no volvió a entrometerse en el curso de los acontecimientos. Y los que estaban de servicio se llevaron a Thangobrind el joyero a la casa donde colgaban dos hombres y, descolgando de su gancho al que estaba a la izquierda, pusieron en su lugar a aquel aventurado joyero; de manera que cayó sobre él el funesto destino que temía, como todos saben pese a haber pasado tanto tiempo, y de alguna manera se calmó la ira de los envidiosos dioses.

Y la única hija del Príncipe Mercader sintió tan poca gratitud por este magnífico final que adoptó la respetabilidad de un combatiente, se convirtió en una taciturna agresiva, llamó a su hogar la Riviera Inglesa, utilizó una tópica cubretetera de estambre, y al final no murió, sino que desapareció en su residencia.


The Distressing Tale of Thangobrind The Jeweler, And Of The Doom That Befell Him
The Book of Wonder, 1912.
Lord Dunsany

Traducción de Juan Antonio Molina Foix
En los confines del mundo
Ediciones Siruela, 1989

viernes, 31 de agosto de 2012

Begoña Paz (A mala vida)

Nota previa: Los poemas originales están escritos en gallego. Aquí dejo la traducción tal y como aparece en el libro publicado por Ed. La Baragaña.
 

PRINCIPIO DEL FIN

Aquel día él se levantó romántico
y quiso dejarme algo
especial.
Se pintó los labios con mi
carmín
y dejó en un papel
la silueta
de un beso.

Cuando vi la nota,
le imaginé en calzoncillos,
con los dientes sucios
y mi carmín
fucsia
en los labios.


* * *


DESNUDAS

Las mujeres desnudas abrazamos el aire
y la gente en la calle se detiene a observarnos,
cada vientre colgante, cada vértebra hundida,
cada variz, cada estría, cada impúdica tara.

Las mujeres desnudas nos sentimos tan solas
todos saben qué piensan nuestras calvas cabezas
los temores que ocultan nuestras pieles desnudas
toda la ira que anida en nuestros pechos abiertos.


* * *


BLANCANIEVES ENVEJECE

Nunca imaginé
las canas
en mi
pubis.


* * *


VENTANAS

La oigo, una vez más,
a través de la ventana abierta.
"¡Cabrón! ¡No vales para nada!".
Él no responde.
Lo imagino sentado en la cocina
la cabeza entre las manos,
resignado y pelirrojo,
veinte años soportando sus gritos.

Ella grita, él calla.

De alguna cruel, insoportable manera,
el equilibrio funciona.

- - -

Begoña Paz. "A mala vida". Ediciones La Baragaña. 2012.

martes, 3 de julio de 2012

Richard Brautigan (June 30th, June 30th)

JAPÓN

Japón empieza y termina
         con Japón.

Nadie más conoce la
                   historia.

...polvo japonés
en la Vía Láctea.

Tokio
18 demayo de 1976

* * *

HOMENAJE AL POETA
DEL HAIKU JAPONÉS ISSA

Borracho en un bar
          japonés
          estoy
          bien.

Tokio
18 de mayo de 1976


* * *


HAIKÚ DE FRESAS

. . . . .
. . . . . . . 
Las doce bayas rojas

Tokio 
22 de mayo de 1976


* * *


UNA HISTORIA DE MISTERIO O
EL ESTILO DE DASHIELL HAMMETT

Cada vez que salgo de mi habitación de hotel
          aquí en Tokio
hago las mismas cuatro cosas:
          me aseguro de llevar mi pasaporte
          mi cuaderno
          un bolígrafo
          y mi diccionario
          inglés-japonés.

El resto de la vida es un completo misterio.

Tokio
26 de mayo de 1976


* * *


UN AMERICANO EN TOKIO CON
UN RELOJ ROTO

Para Shiina Takako

La gente me mira.
Hay millones de personas.
¿Por qué este extraño americano
camina al anochecer por la calle
         llevando un reloj roto
                    en sus manos?
¿Es un hombre real o solamente una ilusión?
Cómo se rompió el reloj no es importante.
          Los relojes se rompen.
          Todas las cosas se rompen.
La gente me mira a mí y al reloj roto
          que llevo, como un sueño,

          en mis manos.

Tokio
10 de junio de 1976


* * *


TOKIO / 11 DE JUNIO DE 1976

Tengo los cinco poemas
que he escrito esta mañana
         en un cuaderno
en el mismo bolsillo donde
llevo mi pasaporte. Son
la misma cosa.



Richard Brautigan. "June 30th, June 30th". EllagoEdiciones. 2006. Traducción de Kazuko Fujimoto Goodman.

- - -



Para conocer más acerca de Richard Brautigan y su obra, visitad http://www.brautigan.net/. En la web encontraréis todo. (Eso sí, en inglés).




jueves, 28 de junio de 2012

Poemas de Antonio Orihuela

LA HORA DEL RECREO

Como la escuela es:
autoritarismo, esquizofrenia,
segregación clasista, adiestramiento,
memorización absurda de estupideces,
productividad cuantitativa,
competitividad, mentira,
y fomento de la indignidad personal
con tal de acceder al éxito
en una sociedad podrida,

la escuela
no puede ser la conciencia moral de la comunidad
sino el reflejo de su estado más pavoroso,
el mercado
donde se deforma a los seres humanos
para que se conviertan en mercancías.

Una escuela así no puede cambiar el mundo
pero puede destruir a las personas.

Frente a ella, su aburrimiento e inutilidad,
nos queda aún la maravillosa hora del recreo

para pensar por ti mismo,
ponerte en lugar del otro
y llevar tu verdad
hasta donde tu verdad dice que estás equivocado.

¡Ánimo!,
están a punto de tocar el timbre.



HIT PARADES OF THE REMAKES

Boston Tea Party (1773)
Maine (1898)
Lusitania (1917)
Pearl Harbor (1941)
Tonkin (1964)
11-S (2001)



POESÍA DE PERSONAS NORMALES 

Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi
Luis García Montero

stoy sn sldo, wpa,
e prdio el abno trnsprte


De "Autogobierno". Ed. Insomnus

lunes, 25 de junio de 2012

Poemas de Batania


EL MUERTO

Lo que cuesta mantener a un muerto,
lo que gasta en trajes y dentistas,
lo que agota llevarlo a la espalda
de Atocha hasta Argüelles,
si alguien supiera,
el muerto a cuestas,
todos los días,
lo que cansa vestir
los zapatos del muerto,
las camisas del muerto,
la bufanda del muerto,
si alguien me oyera,
cómo me suena el muerto,
cómo me llora,
cómo me roe,
cómo me grita
a trueno y rompepierna,
cómo me paso las noches
sin hacer un verso
porque no quiere el muerto,
porque no me sabe,
porque no se le ocurre,
no se me inspira,
si alguien entendiera,
lo que cuesta decir
sin pasar por loco
que mi padre vivió
sesenta y siete años
como un jilguero de nieve,
ningún clavo, ninguna tuerca,
ninguna mancha,
si alguien creyera,
y desde que vive
muerto
me obliga y me retuerce,
me ordena y me llama el muerto,
me apunta y me requiere,
siete años ya,
si alguien pudiera...


LOS LÍMITES

La amo cuando está
demasiado lejos
o demasiado cerca;
las distancias medias
solo sirven para amores a medias
y nosotros amamos al límite:
aquí se juega a trueno
o se juega a nada.


LAS FRESAS

Siempre le pedía fresas a mi madre
y mi madre me gritaba
las fresas en mayo las fresas
en mayo.

Y cuando mayo llegaba
yo era un bosque de fresas
y en las piernas fresas
y en las muñecas
y en el puente de la risa.

Pero desde que la ingeniería genética
ha demostrado
que las fresas antiguas se equivocaban
tengo fresas de enero a diciembre,
el lunes y el martes,
el miércoles
y el remiércoles
y también el 107 de abril.

Y ahora todo me es
un cansancio de fresas
y un tres por dos
y un bah
y un dejadme en paz.


EN EL CINE DE TU NIÑEZ

En el cine de tu niñez pusieron un Zara.
Cambió el bar de Javi por un nuevo Starbucks.
Llegó el mes de junio y dejaste el partido.
Quitaron de pronto El pájaro loco.
Y el ateneo celbraba a César Vallejo
gracias al patronazgo de Telefónica.

Te pasa que odias las flores de plástico.
¿Recuerdas los seiscientos de canela
y de huevo, aquellos renaules de corte
y cuchillo, aquellos citroen con gafas,
recuerdas a Dallas, a Ángela Channing,
a Curro Jiménez, a El hombre y la tierra?

Con cuánto oro te hablaban tus padres
del día de mañana. Y el mañana era solo
esta forma sorda de morder ceniza.
Quisiste volver sobre tus pasos pero no:
en la tele ya no echan El pájaro loco,
en el cine de tu niñez pusieron un Zara.


HIJOS

Para qué quiero hijos, me pregunto.

Para llevarlos a la biblioteca
y me digan papá,
por qué nos traes siempre a esta sección
donde nunca hay nadie.

Estos poemas han sido extraídos de "Neorrabioso. Poemas y pintadas". Editado por Ediciones La Baragaña. También podéis seguir al poeta en los blogs Neorrabioso y Batania. Un verdadero lujo. El libro cuesta, si no me equivoco, 12 euros. Leerlo, nada. Merece la pena hacerse con este libro.

jueves, 21 de junio de 2012

Poemas de Danilo Facelli

LA LLUVIA ADENTRO

Esta ciudad
no está preparada
para imitar a Londres.
La humedad de la habitación
es feroz; rompió el techo
y me ha exiliado,
por tiempo indefinido,
al cuarto de los trastos;
donde gota a gota
voy siendo un cacharro más.


SOBRE ESTA REVISTA

Hay quien esperaba que "La noche"
estuviera hecha de juergas varias.
Hay quien me preguntaba sobre esta revista
con ganas de querer leerse en ella.

Pero esta noche
no tiene pista de baile,
ni desembocará en una "rave".
No acabará en casa de gente nueva
ni desayunado antes de irnos a acostar.

No tendrá vómitos, borracheras,
ni nadie
pasándose con lo que decida tomar.

Esta noche viene sin objetivos,
propósitos y partidas al futbolín.
En su puerta
no habrá guardias de seguridad
buscando en nuestro aspecto
la palabra que nos impida entrar.

Hoy no esperaremos
que recalienten el falafel
ni iremos al polígono para comprar.
Tampoco habrá encontronazos
con policías o ex-parejas,
ni necesidad de rutas alternativas
para esquivar el control.
Esta noche
no saldremos con el litro escondido
de ninguna tienda de alimentación.

No se volverá de cines, conciertos, teatros;
ni de ver el partido en bares o estadios.
No cenaremos junto al resto de la empresa
en restaurantes a las afueras de la ciudad.
Ni se acabará cambiando el mundo
acurrucados en cualquier portal.

Lejos de cualquier lugar
la noche no ha hecho más
que empezar a desnudarse.

Y si alguien
puede abrir una ventana, mejor.

Danilo Facelli Fierro. Extraído de "Las tardes" y "Las noches", respectivamente. Ambas de la colección Ilusionistas. Ed. vivir del bolo. Si queréis saber o leer algo más de él, visitad su blog: El Recital.