¡En la Puerta del Norte sopla el viento, cargado de arena,
solitario hasta hoy desde el principio de los tiempos!
Caen árboles, la hierba amarillea en el otoño.
Subo torre tras torre
para otear la tierra de los bárbaros:
desolado castillo, cielo, vastedad del desierto.
No le ha quedado un muro en pie a este pueblo.
Huesos que han blanqueado mil rocíos,
altos montículos cubiertos de árboles y hierba.
¿Quién hizo que esto desapareciera?
¿Quién atrajo la encendida cólera imperial?
¿Quién atrajo a este ejército con tambores y timbales?
Los reyes bárbaros.
Una graciosa primavera convertida en otoño ávido de sangre,
un tumulto de guerreros esparcidos por el Reino del Centro,
trescientos sesenta mil,
y dolor, dolor como lluvia.
Dolores al ir, y dolor, dolor al volver.
Desolados, desolados campos,
y sin niños huérfanos en ellos,
sin hombres ya para ataque y defensa.
¡Ah!, si pudieras saber del lúgubre dolor en la Puerta del Norte,
ya olvidado el nombre de Riboku,
y nosotros, los guardias, pasto de los tigres.
De Rihaku
CARTA DESDE EL DESTIERRO
A So-Kin de Rakuyo, viejo amigo, Canciller de Gen.
Recuerdo ahora que construiste para mí una taberna particular
al lado sur del puente de Ten-Shin.
Con amarillo oro y blancas joyas, pagábamos canciones y risas
y nos emborrachábamos mes tras mes olvidando a los reyes y a
los príncipes.
Hombres inteligentes llegaban desde el mar y desde la frontera
occidental,
y con ellos, contigo sobre todo,
no hubo ningún malentendido,
nada les importaba cruzar mares o cruzar las montañas
con tal de estar en nuestra compañía,
y todos decíamos de verdad lo que teníamos en la cabeza y en el corazón, y sin arrepentirnos.
Y entonces fui enviado a Wei del Sur,
cubierta de bosques de laureles,
y tú al norte de Raku-joku,
hasta que sólo pudimos compartir ideas y recuerdos.
Y luego, cuando la separación llegó a su peor momento,
nos encontramos y viajamos a Sen-Go,
a través de los treinta y seis meandros del río turbulento,
hasta el valle de las mil flores resplandecientes,
aquél era el primer valle;
y a los diez mil valles llenos de voces y de viento entre los pinos.
Y con arnés de plata y riendas de oro,
llegó e Prefecto del Este de Kan y su cortejo.
Y llegó también, a encontrarse conmigo, el "Hombre Bueno" de Shi-yo,
tocando una lujosa armónica.
En las torres de San-Ka, nos ofrecieron más música de Sennin,
muchos instrumentos que sonaban como bandadas de fénices jóvenes.
El Prefecto de Kan-chu, borracho, bailó
porque sus largas mangas no conseguían estar quietas mientras sonaba aquella música,
y yo, envuelto en brocado, me eché a dormir con la cabeza en su regazo,
y mi espíritu estaba en lo alto, más allá de los cielos,
y antes que el día terminase fuimos dispersados como la lluvia o las estrellas.
Yo debía irme a So, lejos sobre las aguas,
y tú volver a tu puente del río.
Y tu padre, que era valiente como un leopardo,
era gobernador de Hei-Shu, donde doblegó a la bárbara plebe.
Y en cierto mes de mayo te envió a buscarme,
pese a la gran distancia.
Y por aquello de las ruedas rotas y demás, no diré que no fuese un trayecto duro,
sobre caminos retorcidos como tripas de oveja.
Y aún estaba viajando al acabar el año,
bajo el cortante viento del norte,
y pensando qué poco te importaba el coste,
y cuán gustosamente aceptabas pagarlo.
Y qué recibimiento:
copas de jade rojo, comida bien dispuesta en una mesa azul como una joya,
y yo estaba borracho y no pensaba en el regreso.
Y tú caminarías conmigo a la esquina oeste del castillo,
al templo dinástico rodeado de agua clara como jade azul,
con barcas flotando y el sonido de tambores y melódicas,
con ondas como escamas de dragón volviéndose en el agua de un verde hierba,
haciendo durar el placer, con cortesanas yendo y viniendo sin obstáculos,
con los copos de sauce cayendo como nieve,
y las muchachas encoloretadas emborrachándose a la puesta de sol,
y el agua, de cien pies de profundidad reflejando cejas verdes
-las cejas pintadas de verde son una hermosa visión a la temprana luz de la luna
graciosamente pintadas-
y las muchachas cantándose unas a otras
bailando con brocados transparentes,
y el viento realzando la canción e interrumpiéndola,
lanzándola a las nubes.
Y todo aquello llega a su fin.
Y nunca más volvemos a encontrarlo.
Yo fui a la corte a examinarme,
probé la suerte de Layu, ofrecí la canción de Choyo,
y no fui ascendido,
y regresé a los Montes orientales
con el cabello cano.
Y una vez más, aún, volvimos a encontrarnos en la cabecera del puente del Sur,
y entonces la multitud se dispersó, tú te fuiste hacia el norte, al palacio San,
y si preguntas cuánto lamento esa partida:
es como cuando, al acabar la primavera, caen las flores
confusas y revueltas y arremolinadas.
Para qué sirve hablar; hablar no tiene fin,
los asuntos del corazón no tienen fin.
Llamo al muchacho,
hago que se arrodille aquí,
para sellar esto,
y mandarlo a mil leguas de aquí, y me quedo pensando.
De Rihaku
Cuatro poemas de partida
La lluvia leve sobre el polvo leve
Los sauces del patio de la fonda
van a ponerse cada vez más verdes,
mas tú, Señor, mejor será que tomes vino
antes de tu partida,
porque no tendrás amigos junto a ti
cuando llegues a las puertas de Go.
(Rihaku u Omakitsu)
SEPARACIÓN EN EL RÍO KIANG
Ko-yin va hacia el poniente desde Ko-Karu-ro,
sobre el río hay esparcidas flores de humo.
Su vela solitaria mancha el cielo lejano.
Y, ahora, sólo veo el río,
el largo Kiang, que llega al cielo.
Rihaku
DESPIDIÉNDOSE DE UN AMIGO
Montes azules al norte de las murallas,
un río blanco serpenteando entre ellas;
aquí debemos separarnos
y recorrer mil millas de hierba muerta.
Mente como una gran nube flotante,
crepúsculo como separación de viejas amistades
que a distancia se inclinan sobre sus manos apretadas.
Nuestros caballos se relinchan
mientras nos vamos alejando.
Rihaku
DESPEDIDA CERCA DE SHOKU
"Sanso, rey de Shoku, construyó caminos"
Dicen que los caminos de Sanso son abruptos,
escarpados como las montañas.
Las paredes se alzan frente al rostro de un hombre,
las nubes crecen desde la colina
cuando frena el caballo.
Hay árboles fragantes en el empedrado camino de los Shin,
sus troncos han reventado el pavimento,
y hay regatos cuyo hielo revienta
en medio de Shoku, una ciudad altiva.
Los destinos de los hombres ya están fijados,
no es necesario consultar a adivinos.
Rihaku
LA CIUDAD DE CHOAN
Los fénices están jugando en su terraza.
Los fénices se han ido, el río fluye solitario.
Flores y hierba
cubren la oscura senda
donde descansa la casa dinástica de los Go.
Los brillantes vestidos y los brillantes gorros de los Shin
son ahora la base de colinas antiguas.
Las Tres Montañas caen a través del cielo lejano,
la isla de la Garza Blanca
divide la corriente en dos.
Ahora las altas nubes han cubierto el sol,
y yo no puedo ver Choan a lo lejos
y estoy triste.
Rihaku
Extraído de "Personae. Los poemas breves", Ezra Pound. Ed. revisada, al cuidado de Lea Baechler y A. Walton Litz. Traducción de Jesús Munárriz y Jenaro Talens. Poesía Hiperión.