sábado, 29 de diciembre de 2012

Ezra Pound - Catay (3)

LAMENTO DEL GUARDIA DE FRONTERAS

¡En la Puerta del Norte sopla el viento, cargado de arena,
solitario hasta hoy desde el principio de los tiempos!
Caen árboles, la hierba amarillea en el otoño.
Subo torre tras torre
                 para otear la tierra de los bárbaros:
desolado castillo, cielo, vastedad del desierto.
No le ha quedado un muro en pie a este pueblo.
Huesos que han blanqueado mil rocíos,
altos montículos cubiertos de árboles y hierba.
¿Quién hizo que esto desapareciera?
¿Quién atrajo la encendida cólera imperial?
¿Quién atrajo a este ejército con tambores y timbales?
Los reyes bárbaros.
Una graciosa primavera convertida en otoño ávido de sangre,
un tumulto de guerreros esparcidos por el Reino del Centro,
trescientos sesenta mil,
y dolor, dolor como lluvia.
Dolores al ir, y dolor, dolor al volver.
Desolados, desolados campos,
y sin niños huérfanos en ellos,
sin hombres ya para ataque y defensa.
¡Ah!, si pudieras saber del lúgubre dolor en la Puerta del Norte,
ya olvidado el nombre de Riboku,
y nosotros, los guardias, pasto de los tigres.

De Rihaku


CARTA DESDE EL DESTIERRO

A So-Kin de Rakuyo, viejo amigo, Canciller de Gen.
Recuerdo ahora que construiste para mí una taberna particular
al lado sur del puente de Ten-Shin.
Con amarillo oro y blancas joyas, pagábamos canciones y risas
y nos emborrachábamos mes tras mes olvidando a los reyes y a
los príncipes.
Hombres inteligentes llegaban desde el mar y desde la frontera
occidental,
y con ellos, contigo sobre todo,
no hubo ningún malentendido,
nada les importaba cruzar mares o cruzar las montañas
con tal de estar en nuestra compañía,
y todos decíamos de verdad lo que teníamos en la cabeza y en el corazón, y sin arrepentirnos.
Y entonces fui enviado a Wei del Sur,
              cubierta de bosques de laureles,
y tú al norte de Raku-joku,
hasta que sólo pudimos compartir ideas y recuerdos.
Y luego, cuando la separación llegó a su peor momento,
nos encontramos y viajamos a Sen-Go,
a través de los treinta y seis meandros del río turbulento,
hasta el valle de las mil flores resplandecientes,
aquél era el primer valle;
y a los diez mil valles llenos de voces y de viento entre los pinos.
Y con arnés de plata y riendas de oro,
llegó e Prefecto del Este de Kan y su cortejo.
Y llegó también, a encontrarse conmigo, el "Hombre Bueno" de Shi-yo,
tocando una lujosa armónica.
En las torres de San-Ka, nos ofrecieron más música de Sennin,
muchos instrumentos que sonaban como bandadas de fénices jóvenes.
El Prefecto de Kan-chu, borracho, bailó
               porque sus largas mangas no conseguían estar quietas mientras sonaba aquella música,
y yo, envuelto en brocado, me eché a dormir con la cabeza en su regazo,
y mi espíritu estaba en lo alto, más allá de los cielos,
y antes que el día terminase fuimos dispersados como la lluvia o las estrellas.
Yo debía irme a So, lejos sobre las aguas,
y tú volver a tu puente del río.

Y tu padre, que era valiente como un leopardo,
era gobernador de Hei-Shu, donde doblegó a la bárbara plebe.
Y en cierto mes de mayo te envió a buscarme,
            pese a la gran distancia.
Y por aquello de las ruedas rotas y demás, no diré que no fuese un trayecto duro,
sobre caminos retorcidos como tripas de oveja.
Y aún estaba viajando al acabar el año,
               bajo el cortante viento del norte,
y pensando qué poco te importaba el coste,
               y cuán gustosamente aceptabas pagarlo.
Y qué recibimiento:
copas de jade rojo, comida bien dispuesta en una mesa azul como una joya,
y yo estaba borracho y no pensaba en el regreso.
Y tú caminarías conmigo a la esquina oeste del castillo,
al templo dinástico rodeado de agua clara como jade azul,
con barcas flotando y el sonido de tambores y melódicas,
con ondas como escamas de dragón volviéndose en el agua de un verde hierba,
haciendo durar el placer, con cortesanas yendo y viniendo sin obstáculos,
con los copos de sauce cayendo como nieve,
y las muchachas encoloretadas emborrachándose a la puesta de sol,
y el agua, de cien pies de profundidad reflejando cejas verdes
-las cejas pintadas de verde son una hermosa visión a la temprana luz de la luna
graciosamente pintadas-
y las muchachas cantándose unas a otras
bailando con brocados transparentes,
y el viento realzando la canción e interrumpiéndola,
lanzándola a las nubes.
                 Y todo aquello llega a su fin.
                 Y nunca más volvemos a encontrarlo.
Yo fui a la corte a examinarme,
probé la suerte de Layu, ofrecí la canción de Choyo,
y no fui ascendido,
                  y regresé a los Montes orientales
                  con el cabello cano.
Y una vez más, aún, volvimos a encontrarnos en la cabecera del puente del Sur,
y entonces la multitud se dispersó, tú te fuiste hacia el norte, al palacio San,
y si preguntas cuánto lamento esa partida:
es como cuando, al acabar la primavera, caen las flores
                   confusas y revueltas y arremolinadas.
Para qué sirve hablar; hablar no tiene fin,
los asuntos del corazón no tienen fin.
Llamo al muchacho,
hago que se arrodille aquí,
                     para sellar esto,
y mandarlo a mil leguas de aquí, y me quedo pensando.

De Rihaku




Cuatro poemas de partida



La lluvia leve sobre el polvo leve
Los sauces del patio de la fonda
van a ponerse cada vez más verdes,
mas tú, Señor, mejor será que tomes vino
antes de tu partida,
porque no tendrás amigos junto a ti
cuando llegues a las puertas de Go. 
(Rihaku u Omakitsu)



SEPARACIÓN EN EL RÍO KIANG

Ko-yin va hacia el poniente desde Ko-Karu-ro,
sobre el río hay esparcidas flores de humo.
Su vela solitaria mancha el cielo lejano.
Y, ahora, sólo veo el río,
               el largo Kiang, que llega al cielo.


Rihaku



DESPIDIÉNDOSE DE UN AMIGO

Montes azules al norte de las murallas,
un río blanco serpenteando entre ellas;
aquí debemos separarnos
y recorrer mil millas de hierba muerta.

Mente como una gran nube flotante,
crepúsculo como separación de viejas amistades
que a distancia se inclinan sobre sus manos apretadas.
Nuestros caballos se relinchan
                      mientras nos vamos alejando.

Rihaku



DESPEDIDA CERCA DE SHOKU

"Sanso, rey de Shoku, construyó caminos"

Dicen que los caminos de Sanso son abruptos,
escarpados como las montañas.
Las paredes se alzan frente al rostro de un hombre,
las nubes crecen desde la colina
                  cuando frena el caballo.
Hay árboles fragantes en el empedrado camino de los Shin,
sus troncos han reventado el pavimento,
y hay regatos cuyo hielo revienta
                  en medio de Shoku, una ciudad altiva.

Los destinos de los hombres ya están fijados,
no es necesario consultar a adivinos.

Rihaku



LA CIUDAD DE CHOAN

Los fénices están jugando en su terraza.
Los fénices se han ido, el río fluye solitario.
Flores y hierba
cubren la oscura senda
            donde descansa la casa dinástica de los Go.
Los brillantes vestidos y los brillantes gorros de los Shin
son ahora la base de colinas antiguas.

Las Tres Montañas caen a través del cielo lejano,
la isla de la Garza Blanca
             divide la corriente en dos.
Ahora las altas nubes han cubierto el sol,
y yo no puedo ver Choan a lo lejos
y estoy triste.

Rihaku


Extraído de "Personae. Los poemas breves", Ezra Pound. Ed. revisada, al cuidado de Lea Baechler y A. Walton Litz. Traducción de Jesús Munárriz y Jenaro Talens. Poesía Hiperión.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Ezra Pound - Catay (2)

LA ESPOSA DEL MERCADER DEL RÍO: UNA CARTA

Cuando aún llevaba el pelo cortado al flequillo
jugaba delante del portón, cogiendo flores.
Tú llegaste sobre zancos de bambú, jugando a caballitos
y diste vueltas a mi silla, jugando con ciruelas azules.
Y seguimos viviendo en el pueblo de Chokan:
dos personitas, sin aversiones ni malicia.

A los catorce me casé contigo, mi Señor.
Nunca reía, por mi timidez.
Bajaba la cabeza y miraba a la pared.
Aunque me llamaran mil veces, nunca miraba atrás.

A los quince, dejé de fruncir el ceño,
deseaba que mis cenizas se mezclaran con las tuyas
para siempre jamás
¿Para qué tenía que subir al mirador?

A los dieciséis, te marchaste,
fuiste hasta la lejana Ku-to-yen, por el río de hondos remolinos,
y te quedaste fuera cinco meses.
Los monos, en lo alto, lanzaban quejas de dolor.
Arrastrabas los pies cuando te fuiste.
Frente a la puerta, ahora, crece el musgo, los diferentes musgos,
¡demasiado arraigados para poder quitarlos!
Las hojas, con el viento, caen pronto este otoño.
Las parejas de mariposas ya están amarillas en agosto
sobre la hierba del jardín de poniente;
me hacen daño. Envejezco.
Si regresas por los desfiladeros del río Kiang,
por favor, avísame con antelación
y saldré a tu encuentro
                  en Cho-fu-sa.

De Rihaku


POEMA JUNTO AL PUENTE DE TEN-SHIN

Llegó marzo a la cabecera del puente,
ramas de melocotoneros y duraznos cuelgan sobre un millar de pórticos,
al alba hay tantas flores que se te parte el corazón,
y por la tarde flotan en las aguas que fluyen hacia el este.
Hay pétalos en las aguas idas y en las que se están yendo,
y en los remolinos que las hacen volver,
pero los hombres de hoy no son los hombres de ayer,
aunque se asomen a la barandilla de la misma manera.

El color del mar cambia al amanecer
y los príncipes aún se yerguen en filas, junto al trono;
la luna cae sobre los portones de Sei-go-yo
y se adhiere a los muros y dinteles.
Con cascos que relucen frente a nubes y sol,
los señores se alejan de la corte hasta lejanos confines.
Montan caballos que parecen dragones,
caballos con arneses de amarillo metal,
y las calles se abren a su paso.
Altivo el porte,
altivo el caminar cuando van a grandes banquetes,
a nobles salones, a comidas exóticas,
a ambientes perfumados, y a bailarinas jóvenes,
a flautas y voces de límpido sonido
a un baile de setenta parejas;
a la loca persecución por los jardines.
Noche y día se entregan al placer
y creen que esto habrá de durar un millar de otoños,
de incansables otoños.
En vano los perros amarillos les aúllan presagios,
¡y qué son comparados con la dama Riokushu,
que causó tantos odios!
¡Quién entre ellos es un hombre como Jan-rei,
que partió en solitario con su amante,
suelto el cabello, y él al timón del barco!

De Rihaku


EL LAMENTO DE LA ESCALERA DE GEMAS

Los peldaños de gemas están ya casi blancos de rocío,
tan tarde es que el rocío humedece la gasa de mis medias,
y dejo caer la cortina de cuentas de vidrio
y a través del límpido otoño contemplo la luna.

De Rihaku


NOTA: Escalera de gemas, es decir, un palacio. Lamento, es decir, algo de lo que quejarse. La gasa de mis medias, es decir, es una dama de la corte y no una criada la que se lamenta. Límpido otoño, es decir, él no puede excusarse a cuenta del tiempo. También ella ha llegado temprano, porque el rocío no sólo ha blanqueado los peldaños, sino que ha humedecido sus medias. El poema es especialmente apreciado porque ella no profiere ningún reproche de modo directo. 



Extraído de "Personae. Los poemas breves", Ezra Pound. Ed. revisada, al cuidado de Lea Baechler y A. Walton Litz. Traducción de Jesús Munárriz y Jenaro Talens. Poesía Hiperión.