domingo, 7 de septiembre de 2014

Reinaldo Arenas - Fragmento de "Otra vez el mar"




                         Oh Whitman, Oh Whitman,
cómo me provocas.
Cómo has podido ser tan superficial,
optimista, cobarde y pasajero.
Cómo es que no supiste ver
el árbol rojo de la memoria,
acorazado de artefactos horripilantes,
mustio y eterno
hacia el futuro estallando, hacia el futuro estallando.
                         Ah, Whitman, Ah. Whitman,
cómo es que no supiste ver la hipocresía
escondida tras el gesto de piedad.
Cómo fue que no pudiste percibir las desoladoras
interrogaciones que emite siempre el tiempo
(no para engrandecernos sino para hacernos ver nuestra
miseria, nuestra impotencia y nuestra angustia),
la inevitable estafa que supone estar vivo,
el peligro o la perenne burla que pesa ante nuestros
gestos más auténticos.
Cómo es que no pudiste percibir el vertiginoso vacío
que antecede y sucede a esa sombra que somos,
breve grito que apenas si podemos articular,
y nadie escucha.

                         Oh Whitman, Oh Whitman,
                                  -Vieja descarada-,
Cómo me provocas, cómo me provocas.
¿Es que no sentiste la indignación ante la miseria
la impotencia ante el crimen,
el envilecimiento ante la vilez,
          y esa oscura, persistente, fija estafa que vibra siempre
en el aire y cae, cae
                                y todos los humillados, aceptando?
¿Es que no pudiste en ningún momento presentir esa fatigante
sensación de hastío, de repetición y ruido inútil
que precede, acompaña y continúa antes
y después de los momentos
más excitantes?

                         Oh Whitman, Oh Whitman,
¡Cómo me provocas!
¡Cómo me provocas!
¿Es que en ningún instante intuiste esta extraña maldición
que marca y pesa hasta en los gestos más comunes?
¿Es que en ningún momento pudiste ver que en la pasajera
entrega no hay más que una derrota,
que aquello que te excita y te estimula no es lo que
complace sino lo que secretamente te devora
y finalmente te lanza, escoria con escoria, en busca de
otra escoria momentánea?

                         Oh Whitman, Oh Whitman,
Yo opongo a tu poesía mis manos sudadas.
Yo opongo a tu poesía una muela cariada.
Yo opongo a tu poesía  -oh tú, sensual, carnal- un verano
calcinando todo pensar coherente,
unos pies descalzos saltando en el asfalto.
Yo opongo a tu poesía,
tu barba pudriéndose, tu basta barba llenándose de gusanos
y alimañas,
tus huesos configurando una sarcástica y definitiva carcajada.
Yo opongo a tu poesía, esos ojos extraños que me vigilan.
Yo opongo a tu poesía  -oh tú, sensual, carnal-
el ruido de una olla raspada con furia en la
tarde.
-Yo te digo, te afirmo y te demuestro que ese ruido es
inmortal. Yo te aseguro que la gran humanidad es quien
produce ese ruido-.
Yo opongo a tu poesía ese desequilibrio exclusivo y eterno
entre lo que se posee y lo que se desea.
Yo opongo a tu poesía: hacia finales del siglo XX un millón de
adolescentes esclavizados en una plantación cañera.
Yo opongo a tu poesía la impertinencia de
un mosquito interrumpiendo el poema y las meditaciones.
Yo opongo a tu poesía el simple, estricto, y
fatigante hecho de estar vivo.
Yo opongo a tu poesía la inevitable certeza
de que luego de este hecho fatigante sólo resta una desintegra-
ción perpetua.
Yo opongo a tu poesía el gesto de aquella
mujer sexagenaria que dedicó toda su vida (son palabras
textuales) a la educación de su hijo "y mire usted, me salió
maricón y está ahora en un campo de trabajo forzado".
Yo opongo a tu poesía el airado, mudo e
inapelable
dolor de ese hijo.
Yo opongo a tu poesía un plato de croquetas
frías.
Yo opongo a tu poesía la insatisfacción de
todo encuentro y la conminación perenne de seguir buscando.
Yo opongo a tu poesía el rostro maquillado
de una vieja
marica en el cabaret de provincia.
Yo opongo a tu poesía el hecho de que
aunque te llenes la barriga, los ojos, y aún el culo,
qué vacío, qué vacío,
después del aguacero
o
antes.
Yo opongo a tu poesía ese canto violado
y secreto,
esa airada, melancólica protesta que es todo hombre
verdadero.
                         Oh Whitman, Oh Whitman,
yo opongo a tu poesía los ojos del recién nacido
contemplándome.
Yo opongo a tu poesía esta carretera
desolada que no va ni viene ni conduce a sitio alguno y que hay
que cruzar.
Yo opongo a tu poesía la piel lechosa
del bodeguero resudando olor a víveres y a semen.
Yo opongo a tu poesía un olor a cartuchos
húmedos y un corredor de zinc.
Yo opongo a tu poesía una grabadora en cada urinario público (ausencia de agua
en los privados).
Yo opongo a tu poesía una pancarta chillona.
Yo opongo a tu poesía la visión de un cangrejo en la arena.
Yo opongo a tu poesía la visión de todos esos cuerpos desnudos
que aun cuando los poseyeras metódicamente sólo servirían para agrandar su desesperación.
Yo opongo a tu poesía la certeza de que la vejez no anula los deseos, pero socava las posibilidades.
Yo opongo a tu poesía la profundidad de este poema infernal que es la vida.

Reinaldo Arenas. Fragmento de "Otra vez el mar". Biblioteca del Fenice. Editorial Argos Vergara. 1982.