lunes, 29 de octubre de 2012

DE CÓMO UN NIÑO LLEGÓ A LA NEGRA TORRE (XXVI - XXXIV)

XXVI

Y allí, tan pronto manchas podridas
de algún color, chillón, como el traje
de quien ayer mató a su amigo y hoy se viste
para una fiesta con atuendos
caros que ha malcomprado, tan pronto
manchas donde la miseria
atroz de la tierra se nombra como
musgo poblado de granos y forúnculos
rojos y purulentos; y más tarde, como alivio
de una lluvia para alguien
muerto o agonizante, alguna
encina temblando de una
enfermedad que no se cura, abierta
de par en par por un único tajo como boca
de labios rotos, boca hambrienta
de un hambre que no se cura, y que
sólo se cerrará cuando el
tronco caiga y el barro lo cubra
con vergüenza.


XXVII

Y un paso más, y un paso, ni dos, alteran
este estar lejos como siempre del fin. Nada
sino el atardecer en la distancia, nada que animara
a dar un paso y otro más, y sin embargo
ando con la fuerza de un martillo, con su misma
necesidad, sobre el yunque del que sale fuego
para nada, en lo oscuro. Con la misma
necesidad del golpe, avanzo. Y cuando pensaba
en esto, si eso es pensar, un pájaro
negro hermano y amante
incestuoso de Apollyon pasó al vuelo,
planeando, sin mover
nunca para volar las alas y no obstante
ásperamente me rozaron el pelo y dejaron
allí un líquido
espeso y blanco, semen o sangre. Y de ellas el roce
le digo áspero, como lija o madera
seca, y la semilla
blanca que dejó en mi cerebro
la siento
crecer y moverse entre las glándulas. Era éste quizás,
éste de alas de dragón el guía que buscaba,
el padre.


XXVIII

Y he aquí que al mirar
a lo alto sin creer en el cielo, veo
a pesar de la sombra,
que crecieron montañas donde no había ya nada, montañas que no son
sino tierra y rocas apiladas, montones de
basura que se elevan hasta
tapar el cielo que yo nunca vi. Y aquella visión, aquella
también me cogió por la espalda, a traición: una
y otra vez era enculado por la pesadilla. Escapar.


XXIX

Y asomaba la cara de la trampa. En la boca
amenazaba la palabra, la clave
peor que no saber, que estar oscuro. La había soñado
aquella explicación, la había soñado
ya en alguna pesadilla. Aquí
terminaba el camino. Y cuando
estaba a punto de no pensar, de olvidar, un chasquido
se oyó como una trampa
que para siempre se cierra,
                                     

XXX

Y era peor la luz. Sobre mi mente
cayó como un rayo, quemando
el pensamiento, quemándome, la idea de que
el lugar era ése, de que estaba
yo allí, donde se acaba, y no cabe
arrepentirse o volver
atrás o tan siquiera
pensarlo todo otra vez, donde no hay
salida ya porque se sabe
por entero la Verdad, y no hay por
tanto más que una sola realidad, eterna,
y el tiempo ha muerto: nada más que verdad.
Aquellas dos montañas como toros
agazapados para embestir y con los cuernos
trabados ya en la lucha
y el conflicto sin fin. Y en el centro
la montaña esculpida. Imbécil
de mí, loco, despertarme dormido
el día que esperé toda mi vida.


XXXI

¿Qué había allí, en el medio, sino
la Torre misma, redondo
y chato torreón con almenas
esperando como el Juicio Final, como al final
del laberinto el monstruo? Sí, el redondo
torreón con almenas ciego como el corazón
de un idiota, hecho
de piedra oscura, sin igual
en cualquier paisaje del mundo, conteniendo
en sí toda la mirada. Así el genio
de la tempestad sarcástico lleva de la mano
al timonel contra
el arrecife y él lo sabe
sólo cuando cruje la madera, sólo
por el oído que ensordece, ahora.
                 La noche. Su luz.
La noche. Deshaz mi cuerpo.


XXXII

¿Cerrar los ojos? ¿En la noche? ¿Llamar a otra noche
más densa en que no pueda ver? No, el día volvió sólo
para eso, para hacerme mirar, mirar. Y antes de ponerse
el sol relumbró por la grieta: había
colinas cual gigantes a la caza
de hombres, con el mentón
en la mano sucia de tierra, para ver
por fin a la presa
acorralada, dando vueltas: ya te
rodea el círculo. "¡Ahora apuñala y remata
a la víctima clavándole la espada
hasta la empuñadura que ya no dice nada!"


XXXIII

¿O tapar los oídos? ¿Para no oír el silencio?
¿Para no oír el estruendo? Sí, el ruido
tenso y vibrante de la más enorme
campana. Y cuando en mis orejas
resonaban, apiñados, los nombres
de los héroes mejores que yo, cuán fuerte
uno era, otro qué valiente,
otro qué dichoso hasta llegar ahí. Y sin embargo todos
y cada uno de tantos
hombres excesivos estaba
perdido, ¡perdido! Y las campanas
doblaron otra vez para que se supiera
el desastre de los siglos.


XXXIV

Ahí estaban de pie, en fila, a los dos lados
de la colina para ver mi fin y verme
entrar en el cuadro y no
moverme allí -en una sábana de
fuego los vi a todos y a
todos los reconozco. Y cuando iba -una
figura más en el cuadro atestado
a ocupar el último lugar en el Museo, a subir
con mi cuerpo al pedestal vacío
para mí, y a
                   morir, o a estar vivo
para nada en la tela sin embargo
puse el cuerno en los labios por decir
-por decir al aire que no me esperaba-
                                        por decir:
al frío y al viento que después de mí
hablaría girando en derredor
de la Negra Torre, una y otra vez, con
el mismo sonido, por decir -una vez
más- por decir a quienes no oyeron
ni oirán, decir: "Soy un niño, pues
no viví nunca, soy un niño, y
un niño llegó hoy a la Torre Negra, un niño
para hablarles a los muertos del Terror."


      LEOPOLDO MARÍA PANERO


(Extraído de "Traducciones / Perversiones". Leopoldo María Panero. Edición de Tua Blesa. Colección Visor de Poesía. 769).