sábado, 18 de junio de 2016
Raymond Carver - Bajo una luz marina (Fragmento)
MADRE
Mi madre llama para felicitarme las pascuas.
Y para decirme que si contunúa nevando
piensa matarse. Quiero decir que
esta mañana no soy yo mismo, por favor
dame un respiro. Tengo que pedir ayuda a un psiquiatra
otra vez. El que siempre me hace las preguntas
adecuadas. ¿Pero, qué siento de verdad?
En vez de eso, le cuento a ella que nuestras claraboyas
tienen goteras. Mientras hablo, la nieve se
funde en el sofá. Digo que estuve en el médico
así que no necesita preocuparse más
de que tenga cáncer, y que se le termine
la fuente del dinero.
Luego me informa de que va a dejar este maldito sitio.
Como sea. La única vez que quiere verlo,
o volverme a ver, es desde su ataúd.
De repente, pregunto si recuerda aquella vez en que padre
estaba borracho como una cuba y le cortó el rabo al cachorro.
Seguí con esto un rato, hablando de
aquellos días. Ella escucha, esperando su turno.
Sigue nevando. Nieva y nieva
cuando cuelgo el teléfono. Los árboles y los tejados
están cubiertos de nieve. ¿Cómo puedo hablar de esto?
¿Cómo voy a poder explicar lo que siento?
- - -
SANGRE
Éramos cinco a la mesa de juego
sin contar al croupier
y su ayudante. El hombre
de junto a mí tenía los dados
en la mano.
Se sopló los dedos, dijo:
¡Vamos, pequeños! Y se inclinó
sobre la mesa para tirar.
En ese momento, una sangre roja brotó
de su nariz, salpicando
el verde paño de fieltro. Soltó
los dados. Se echó hacia atrás pasmado.
Y luego aterrorizado cuando la sangre
corrió por su camisa abajo. ¡Dios mío!
¿qué me está pasando?
gritó. Se agarró a mi brazo.
Oí funcionar los motores de la Muerte.
Pero en aquella época yo era joven,
y estaba borracho, y quería jugar.
No tenía por qué escuchar.
Así que me largué. No me volvi ni siquiera,
ni encontré esto dentro de mi cabeza, hasta hoy.
- - -
ASIA
Es bueno vivir cerca del agua.
Pasan los barcos tan cerca de tierra
que un hombre podría alargar la mano
y arrancar una rama de uno de los sauces
que aquí crecen. Corren caballos
por la orilla, en la playa.
Si los hombres de a bordo quisieran, podrían
hacer un lazo con una soga y lanzarlo y llevarse
yno de los caballos a cubierta.
Algo que les haga compañía
en su largo viaje a Oriente.
Desde mi terraza puedo observar las caras
de los hombres mientras miran los caballos,
los árboles y las casas de dos pisos.
Sé lo que piensan
cuando ven a un hombre saludando con la mano,
su coche rojo a la entrada.
Le miran y se consideran
felices. Qué misteriosos deseos
de buena suerte, piensan, les manda
cuando van rumbo a Asia Estos años de hacer
trabajos ocasionales en almacenes o en los muelles,
o simplemente pasear por el puerto
se han olvidado. Esas cosas les pasaron
a otros, a hombres más jóvenes,
si es que pasaron a alguien.
Los hombres de a bordo
alzan sus brazos y devuelven el saludo.
Luego se quedan quietos, sujetos a la barandilla
salen de debajo de los árboles al sol.
Permanecen como estatuas de caballos.
Observan cómo pasa el barco.
Las olas rompen contra el barco.
Contra la playa. Y en las mentes
de los caballos, donde
siempre es Asia.
Raymond Carver. Poemas escogidos de Bajo una luz marina. Colección Visor de Poesía. Trad. de Mariano Antolín Rato. 3ª edición. 2005.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)