Cuando aún llevaba el pelo cortado al flequillo
jugaba delante del portón, cogiendo flores.
Tú llegaste sobre zancos de bambú, jugando a caballitos
y diste vueltas a mi silla, jugando con ciruelas azules.
Y seguimos viviendo en el pueblo de Chokan:
dos personitas, sin aversiones ni malicia.
A los catorce me casé contigo, mi Señor.
Nunca reía, por mi timidez.
Bajaba la cabeza y miraba a la pared.
Aunque me llamaran mil veces, nunca miraba atrás.
A los quince, dejé de fruncir el ceño,
deseaba que mis cenizas se mezclaran con las tuyas
para siempre jamás
¿Para qué tenía que subir al mirador?
A los dieciséis, te marchaste,
fuiste hasta la lejana Ku-to-yen, por el río de hondos remolinos,
y te quedaste fuera cinco meses.
Los monos, en lo alto, lanzaban quejas de dolor.
Arrastrabas los pies cuando te fuiste.
Frente a la puerta, ahora, crece el musgo, los diferentes musgos,
¡demasiado arraigados para poder quitarlos!
Las hojas, con el viento, caen pronto este otoño.
Las parejas de mariposas ya están amarillas en agosto
sobre la hierba del jardín de poniente;
me hacen daño. Envejezco.
Si regresas por los desfiladeros del río Kiang,
por favor, avísame con antelación
y saldré a tu encuentro
en Cho-fu-sa.
De Rihaku
POEMA JUNTO AL PUENTE DE TEN-SHIN
Llegó marzo a la cabecera del puente,
ramas de melocotoneros y duraznos cuelgan sobre un millar de pórticos,
al alba hay tantas flores que se te parte el corazón,
y por la tarde flotan en las aguas que fluyen hacia el este.
Hay pétalos en las aguas idas y en las que se están yendo,
y en los remolinos que las hacen volver,
pero los hombres de hoy no son los hombres de ayer,
aunque se asomen a la barandilla de la misma manera.
El color del mar cambia al amanecer
y los príncipes aún se yerguen en filas, junto al trono;
la luna cae sobre los portones de Sei-go-yo
y se adhiere a los muros y dinteles.
Con cascos que relucen frente a nubes y sol,
los señores se alejan de la corte hasta lejanos confines.
Montan caballos que parecen dragones,
caballos con arneses de amarillo metal,
y las calles se abren a su paso.
Altivo el porte,
altivo el caminar cuando van a grandes banquetes,
a nobles salones, a comidas exóticas,
a ambientes perfumados, y a bailarinas jóvenes,
a flautas y voces de límpido sonido
a un baile de setenta parejas;
a la loca persecución por los jardines.
Noche y día se entregan al placer
y creen que esto habrá de durar un millar de otoños,
de incansables otoños.
En vano los perros amarillos les aúllan presagios,
¡y qué son comparados con la dama Riokushu,
que causó tantos odios!
¡Quién entre ellos es un hombre como Jan-rei,
que partió en solitario con su amante,
suelto el cabello, y él al timón del barco!
De Rihaku
EL LAMENTO DE LA ESCALERA DE GEMAS
Los peldaños de gemas están ya casi blancos de rocío,
tan tarde es que el rocío humedece la gasa de mis medias,
y dejo caer la cortina de cuentas de vidrio
y a través del límpido otoño contemplo la luna.
De Rihaku
NOTA: Escalera de gemas, es decir, un palacio. Lamento, es decir, algo de lo que quejarse. La gasa de mis medias, es decir, es una dama de la corte y no una criada la que se lamenta. Límpido otoño, es decir, él no puede excusarse a cuenta del tiempo. También ella ha llegado temprano, porque el rocío no sólo ha blanqueado los peldaños, sino que ha humedecido sus medias. El poema es especialmente apreciado porque ella no profiere ningún reproche de modo directo.
Extraído de "Personae. Los poemas breves", Ezra Pound. Ed. revisada, al cuidado de Lea Baechler y A. Walton Litz. Traducción de Jesús Munárriz y Jenaro Talens. Poesía Hiperión.
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