Los escritores, en especial los poetas, tienen una extraña relación con el público porque su medio, el lenguaje, a diferencia de la pintura del pintor o las notas musicales del compositor, no es de su uso exclusivo sino la propiedad común del grupo lingüístico al que pertenecen. Mucha gente está dispuesta a admitir que no entiende de pintura o de música, pero muy poca gente, si ha pasado por la escuela y sabe leer los anuncios, está dispuesta a admitir que no entiende su propio idioma. Como dijo Karl Kraus: "El público lector no entiende el alemán y no se lo puedo decir en el idioma de los periódicos".
¡Qué suerte la del matemático! Es juzgado únicamente por sus colegas y el baremo es tan alto que ningún colega o rival puede alcanzar una reputación inmerecida. Ninguna cajera escribe una carta a la prensa para quejarse de la ininteligibilidad de las matemáticas modernas y compararla desfavorablemente con los viejos tiempos que que los matemáticos se contentaban con empapelar habitaciones de forma irregular y llenar las bañeras sin cerrar el grifo.
(...)
Mucha gente disfruta con la visión de su caligrafía como disfruta con el olor de sus propios pedos. Por mucho que odie la máquina de escribir, he de reconocer que es una buena ayuda a la hora de hacer autocrítica. La letra de la máquina de escribir es tan impersonal y fea de ver que, siempre que paso a limpio un poema, de inmediato le veo defectos que había pasado por alto en el manuscrito. En el caso de que el poema sea de otro, la prueba más dura que conozco es escribirlo a mano. El tedio físico que produce garantiza que el más pequeño defecto salte a la vista; la mano busca cualquier excusa para detenerse.
De "Escribir"
Extraído de "Los señores del límite. Selección de poemas y ensayos (1927-1973)". W.H. Auden. Edición a cargo de Jordi Doce. Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores.
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