viernes, 26 de octubre de 2012

DE CÓMO UN NIÑO LLEGÓ A LA NEGRA TORRE (XVI - XX)

XVI

¡Ni siquiera! Imaginé el
rostro encendido de aquel Cuthbert bajo
su guarnición de hilo dorado, santo
cuyo rostro lamo con lengua cansada.
Soñé así a Cuthbert y creí
por un momento que su brazo
sujetaba el mío para retenerme
siempre en aquel lugar. ¡Ay, otra noche
del desastre más entero! Se aleja el fuego
de mi corazón más nuevo, y sólo
queda, detrás, el frío.


XVII

Y es luego Giles quien aparece
de pie en mi alma, para sentir el frío,
                                 Giles, el espíritu
mismo del honor, tan recto y franco como cuando
por vez primera caballero fue
ordenado. Cualquier cosa a que alguien
claro y valiente atreverse pudiera, él la osó. Pero de nuevo
la escena se demuda, ¿qué manos de verdugo
clavan en su pecho la afrenta de un pergamino? Son
los mismos caballeros de su orden,
¡pobre traidor al que la muerte escupe
y cubre con su maldición!


XVIII

Más vale el presente que vivir otra vez;
otra vida, así que regresé
una vez más al de todos los caminos
más negro, hediondo. Ni un sonido, ni
un matiz, un color, hasta donde los ojos
podían llegar, los ojos que sudaban
el más frío sudor. ¿Enviaría la noche por caridad
un solo murciélago? Pensé, cuando algo
en el llano más lúgubre bloquea
el pensamiento y lo deja
allí convertido en hielo, y varía
inmóvilmente su curso.


XIX

Y ahora, de pronto, un río interrumpe
mi paso, inesperado
como una larga serpiente, que no se ve.
Su corriente
                 serena no fue, desacorde
con aquella calma, aquella
pesadumbre oscura; y, rica en toda
clase de espuma negra y blanca, hubiera servido
bien de baño a las pezuñas del diablo, por la hirviente
cólera del negro
impulso suyo y por sus aguas
cubiertas de escamas.


XX

Río peligroso y exiguo. A lo largo
de él los alisos enanos y
pocos se inclinaban
                            no para verse; y los sauces
empapados de agua se arrojaban
allí de cabeza, en un acceso
rotundo de una lenta desesperación, como
por un acuerdo tácito y fulmíneo de suicidio
colectivo y total, como si el mundo
se suicidara entero, con la imagen
del río en las pupilas de
todos los que iban a morir, y el cauce
que al desespero les había
inducido pasaba de largo sin jamás
repetir en sus aguas la silueta.

(Extraído de "Traducciones / Perversiones". Leopoldo María Panero. Edición de Tua Blesa. Colección Visor de Poesía. 769).

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