X
De modo que seguí, sólo hice eso,
mis pasos como martillo en el metal,
mi pensamiento
como un martillo inútil y tenaz. Pensé que
no hubo naturaleza tan infame, hambrienta
y dadora de hambre como ésa. nada que pudiera
erguirse y todo cuanto era se caía,
allí pudo tan sólo
crecer una flor cuyo solo
nombre sospechado
me hizo temblar. Pero no, tártago, cizaña, eran los
vástagos que de acuerdo con su
tendencia innata hacía crecer
estúpidamente para caer, allí se propagaban sin
que nadie fuera apto para podar o
sentir molestia o dolor por su presencia
una y compacta, sin perdón, fisura, tártago o
cizaña, el nudo
de un solo árbol habría sido allí
un cofre en donde, oculto, respirar.
XI
¡No! No, inercia, miseria, una mueca
el paisaje son toda la herencia
que la tierra nos deja.
"Mira o quédate sin ojos", dijo la Naturaleza
de mal humor, y seca como el pecho
de una madre vieja. "Nada puedes
hacer y nada
de lo que hagas importa
-nada o nadie podría curar la
realidad que es llaga, enfermedad
devenida, paisaje-, sólo el Fuego
exhausto y trabajado, último clavo
en la sien desasistida del hombre
que ya no puede llorar, sólo el Fuego
del Juicio Final y la hoguera para
calentarse un viejo con la leña
sacada de la casa demolida, sólo Él podría
calcinar esta suerte de hueso que es cuanto
queda en mí de vida, espíritu, y
liberar mis presos: triste oficio
el mío, el tuyo, de resucitar muertos."
XII
Y seguí, olvidando
que la había oído, su voz de carne.
Y seguí y unánime aplaudía
el Fracaso, y tanta la Caída
que si cardo alguno
para su desgracia un poco más crecía
que los demás le era cortada
la corola y el tallo, por que no sintieran celos
los que dormían. Quién ese agujero
inscrito habría, tales cortes, en las
hojas negras del lampazo, así de magu-
llado como
para descartar toda esperanza de verdura,
debe de
habitar aquí un hombre con un cuerpo
de animal, una
bestia híbrida, excretando su
vida como una babosa o
un pez en el tembladeral.
XIII
Y en cuanto a la hierba, crecía rala como
el pelo el la lepra, sus
briznas perforaban apenas
el lodo que pa-
recía amasado con sangre: y un tieso
rocín ciego, huesos relucientes
de pura desnudez, estaba
allí quieto y asombrado, quién
sabe cómo lle-
gó hasta ese espacio un día, arrojado
por inservible del establo
inmóvil y putrefacto del diablo.
XIV
¿Vive? Muy bien podría estar muerto, si hay
diferencia alguna entre los dos estados: y con aquel
cuello exhausto, desvaído y
colorado, y los ojos cerrados bajo
la crin lacia y herrumbrosa.
¡Pocas veces lo grotesco fue tan doloroso! Y nunca vi
a una bestia a la que odiara tanto, muy
maligno debió ser en vida, si
es el mal lo que merece el sufrimiento.
XV
Cerré mis ojos y observé
cómo mi corazón se movía como cola
arrancada de gusano, y cual
un hombre que pide un
trago antes de luchar, imploró algún sorbo
de recuerdos más felices antes
de cumplir mi destino. Primero
pensar lo que de combatir se ha, éste es
el arte del soldado, y el sabor
de tiempos idos pone todo en su lugar.
(Extraído de "Traducciones / Perversiones". Leopoldo María Panero. Edición de Tua Blesa. Colección Visor de Poesía. 769).
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