miércoles, 24 de octubre de 2012

DE CÓMO UN NIÑO LLEGÓ A LA NEGRA TORRE (I - IX)



Perversión de Leopoldo María Panero del poema "Childe Roland to the Dark Tower Came", de Robert Browning.


I

Mi primer pensamiento hubo de ser
todo miente y hay sólo
un viejo tullido que es el signo
de Toda la Mentira, un viejo de pelo
blanco y ojo tenso, perverso, que espera
en mi faz comprobar el efecto
de Toda la Mentira, y su boca que, presa
del temblor más lascivo, no logra
ocultar el prematuro goce
de contar una víctima más.


II

¿Por qué si no estaría señalando con
su báculo, en qué otra dirección, con qué
distinta meta que la de desviar con la promesa
que contiene la mentira al viajero del camino
cuando inevitablemente lo encontrara
una y otra vez en la misma encrucijada?
Y preví
la risa de calavera en que habría de estallar y qué
epitafio escribiría con su muleta en el
camino atestado y polvoriento,
                     como pasatiempo
para los demás viajeros,


III

Si aceptando su reto me encami-
nara a lo largo del sendero
inexistente del que sólo habla
por ello la Vieja y Mentira y que
conduce sólo a la Torre Negra.
                              Y sin embargo
le obedecí y pensaba
que sería mejor, como él me indicaba
morir en vida que vivir, simplemente. Abrí
pues la puerta estrecha y penetré
en el lugar que no hay, en el sendero. No
me animaba ya esperanza, orgullo en
dirección a la sugerida
meta, ni siquiera
la extraña dicha de que haber pudiera
tal meta oscura, tal Peor Sentido.


IV

Porque, pese a que sin nunca viajar había viajado
y busqué y pese
a mi experiencia y valor, toda esperanza
decreció en mí hasta ser un espectro
que anidaba acurrucado, acurrucado y trémulo
                                                        al fondo
de mi alma -donde yo estaba, incapaz
de enfrentarse con la Otra Alegría-
y qué difícil fue el gesto
mismo de andar, sin tener miedo
de estar contento de esa otra manera. Mi
corazón fracasaba.


V

Como cuando un enfermo que está al borde
de la Muerte -Dea Tacita, que no habla-
y no está allí por tanto, oye a algún amigo
recomendar a otro que se salga afuera
a tomar un poco de aire fresco, ya que "todo
terminó", dicen, "y no hay lamento alguno
que pueda reparar el dolor"...


VI

Y alguien también discute si al lado
de tantas, tantas, rumbas habrá espacio
bastante para ésta, y cuál día
será el mejor para avisar a la
funeraria y llevarse el cadáver tras
adornarlo bien, y el hombre, repito,
lo oye todo, y sufre sólo
por no defraudar con una muerte
lenta tan tierno amor.


VII

Así busqué durante tanto tiempo y
demasiado había oído la profecía
                                                y
visto el cumplimiento ciego del fracaso en todos
los caballeros que dirigieron sus pasos en esa
misma inquisición de una Torre Distinta,
                                                         que sólo
me preguntaba si sería digno
de fracasar como ellos.


VIII

Así, tranquilo como sólo lo está la
desesperación hice crecer la
distancia entre mí y aquel
abominable tullido, aquel
feto negro dejado
                        allí como mojón y
abandoné igualmente el camino
real para a lo largo
ir de aquel sendero que
me señaló, en el aire.
                          La jornada
se demostró extenuante como nin-
guna otra jamás lo había sido, oscura y
cercana ya a su fin, pero antes
lanzó una roja y agria mueca para que
se viese antes de morir la luz cómo acogía
la llanura el rayo último:
                                   la oscuridad
del día llegaba así a su fin y
pronto, con la noche, veríamos la luz.


IX

Pero ¡alerta! Tan pronto como
entregué mi destino a la llanura atroz, tras
de dar un paso o dos, cuando me
detuve por
                 arrojar una mirada
última, compasiva, hacia atrás, no estaba
ya el camino real. Nada
sino llanura alrededor, llanura
                                     y hasta más allá
de los límites del horizonte que no había
para ser más llanura la llanura, ya no
sin nada que pusiere
allí signo o diferencia; ningún
horizonte, sólo yo, sin mí, y el sol
quemante como espejo. Sólo yo, y debía
continuar pues no quedaba
ya otra cosa por hacer.

(Extraído de "Traducciones / Perversiones". Leopoldo María Panero. Edición de Tua Blesa. Colección Visor de Poesía. 769).

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